Guillermo Martínez Holguín | Monterrey (México) | Después de la dictadura de Antonio López de Santa Anna, y tras los dolorosos combates ocurridos durante la guerra de Reforma, México estaba endeudado con algunos países europeos, entre ellos Francia, razón por la que los galos se encontraban dispuestos a tomar territorio mexicano y disolver el Gobierno Constitucional.
Con una ofensiva de 7 mil soldados, el general francés Lorencez capitaneó una expedición de guerrilleros que partieron hacia la Ciudad de México con la única misión de establecer una monarquía favorable para Francia.
La histórica batalla del 5 de mayo de 1862 dejó un millar de soldados franceses abatidos. Los mexicanos ganaron la disputa ante una de las mejores armadas de la historia.
Francia abandonó territorio mexicano y renunció a sus aspiraciones de constituir un imperio en México; sin embargo, y después 153 años, parece que el país de la Torre Eiffel comienza a establecer sus condiciones en suelo azteca.
Desembarcado al norte del País, proveniente del importante puerto de Marsella, un nuevo comandante franco aterrizaba con la firme intención de conquistar los destinos donde se constituyó la Antigua Tenochtitlán.
Sin armas y sin ejército y, no tan estratégico como Bonaparte pero si letal en su ataque como Napoleón, encontró en Nuevo León un puñado de aliados hipnotizados por su personalidad y gentileza.
Dicen que a los mexicanos las armas no los hacen bajar los brazos pero, a base de goles, André-Pierre Gignac fue haciendo suyo lo que los hombres de Lorencez no pudieron tomar la legendaria tarde del 5 de mayo.
Tras 17 semanas y 15 goles México ha caído rendido ante los pies del único futbolista galo que ha jugado en estas tierras.
Eclipsando la Liga MX con su calidad comandó a los Tigres de la UANL a disputar una trepidante batalla en el Estadio Olímpico ’68 en, sin lugar a dudas, la final más emocionante en la historia del balompié azteca.
Como el asalto a la prisión de la Bastilla, André, con un disparo que aún retumba en la portería norte de CU, colmó de esperanza a un pueblo que veía como su ejército de 11 hombres, luchando dentro de un rectángulo verde, obtenía su cuarto título de liga.
Con la copa en la mano, y acatando las órdenes de un teniente vestido de director técnico, Gignac promete continuar devorando canchas enemigas con su clase, haciendo del buen momento del equipo donde juega una dinastía que revolucione por completo el futbol del país que, alguna vez, a costa de millones de disparos, no se dejó vencer por el ejército más poderoso del planeta.