Tras el fracaso de la selección Argentina en el Mundial de España de 1982 Bilardo reemplazó a Menotti: la idea cambio y el estilo, por ende, también. El resultado, no obstante, fue el mismo: campeones del mundo (Menotti en 1978 y Bilardo en 1986). En efecto, si hace unos días hablabamos del Menottismo, hoy haremos lo propio con el Bilardismo y su amor por ganar de la manera que sea.
Si Menotti apostaba por ganar gustando, Bilardo era partidario de hacerlo de cualquier manera. No importaba el cómo, sí la táctica y el resultado; daba igual hacerlo por la mínima, con gol en fuera de juego, perdiendo tiempo o siendo inferior al rival. Solo lo útil y necesario. “El fútbol profesional es ganar y solo ganar. Yo soy como Muhammad Alí: durante la competencia no tengo amigos, y a los contrarios, si puedo, los mato y los piso”, explica Bilardo.
Bilardo dejo atrás lo estético para pasar al fútbol táctico, la defensa de hombre a hombre, los balonazos arriba y las jugadas de estrategia. Si la Argentina de Menotti ganó el Mundial de 1978 superando con claridad a todos sus rivales, la de Bilardo hizo lo propio en 1986, eso sí, sufriendo como nunca. Le dio libertad a Maradona y sacrificó al resto del equipo: el líder y los obreros, dos categorías bien diferenciadas, pero imprescindibles ambas.
Motivador, competitivo y obseso. Bilardo sabía cómo tratar a sus futbolistas y sacar lo mejor de cada uno. En el mundial de 1986 Argentina fue la primera en plantarse en México, a lo que Bilardo respondió que eran los primeros en llegar “porque queremos ser los últimos en irnos”. Antes, además, ya había dejado claras sus intenciones al decirle lo siguiente a su equipo: “Muchachos, en la valija pongan un traje y una sábana. El traje lo usamos cuando bajemos del avión con la Copa y la sábana por si perdemos y tenemos que irnos a vivir a Arabia”. Toda una declaración de intenciones. Bilardo también era un competidor. Tanto es así que en 1990 tras un mal inicio de los suyos en el Mundial afirmó que, de caer eliminados en primera fase, prefería que el avión se cayese antes de llegar a Argentina. Por su cabeza podía pasar cualquier cosa menos la idea de fracasar. Finalmente, otra característica suya era su obsesión por el trabajo. Todo estaba calculado y entrenado. Antes de la final de 1986 ante Alemania, por ejemplo, Bilardo le explicó a Oscar Ruggeri que él sería el encargado de cubrir a Karl-Heinz Rumenigge. Le preocupaba tanto lo que pudiese ocurrir que el técnico argentino fue de madrugada a la habitación de su defensor y le preguntó que a quién iba a marcar para asegurarse que tenía clara su función.
Las de Menotti y Bilardo componen dos filosofías antagónicas, pero con un mismo objetivo entre ceja y ceja: GANAR. Dos filosofías antagónicas, pero EXITOSAS AMBAS. Al fin y al cabo, todo se resume en tener una idea, ser fiel a ella y nunca renunciarla. Eso, y no parar de currar nunca por evolucionar.