¿Os imagináis una discoteca sin música? Todo el mundo moviendo su esqueleto al ritmo elegido, pero sin que una canción presida la escena. Hace poco más de un año, era imposible imaginar un estadio de fútbol sin público. El destino de la pelota siempre ha ido ligado al ruido de toda una gente que grita, ríe, llora, silva, insulta o anima, pero que le pone la música de fondo a lo que pasa sobre el césped. Hoy, las gradas ya no hablan. El silencio de los estadios ya ha pasado a ser la nueva normalidad y hasta nos hemos acostumbrado a ello, al nuevo fútbol.
Las paredes de los grandes coliseos se han quedado frías. Casi una temporada entera sin recibir al socio/a que no ha fallado a un solo partido desde hace tres décadas; al niño/a que, con ojos llorosos, sube las escaleras de un estadio por primera vez; al abuelo/a que disfruta de sus últimos bailes en su asiento de toda la vida. Casi una temporada en la que el fútbol ha seguido siendo fútbol porque los jugadores, la pelota, el césped y las porterías han seguido existiendo, pero en la que el fútbol, falto de vida y de proximidad, ha sido menos fútbol.
Recuerdo el primer partido post-pandemia. Era el derbi del Ruhr, que enfrentaba a Borussia Dortmund y Schalke 04. La expectación y las ganas que se generaron con la vuelta del balompié fueron tremendas pero, a la postre, nos quedamos un poco vacíos. El partido, y no por lo que pasó dentro de los límites del terreno de juego, no nos terminó de satisfacer. Una sensación extraña y desconocida nos recorrió el cuerpo. Pese a la falta de público, en el Derby del Ruhr esperábamos ver el fútbol tal y como lo conocíamos, en su plenitud como concepto, y nos topamos con una versión radicalmente distinta. Un fútbol mudo, en el que la afición no tiene ningún papel y los gritos de los jugadores se pueden escuchar con facilidad.
¿Habría encadenado el Liverpool seis derrotas seguidas en Anfield si 50.000 almas hubieran entonado el YNWA antes de cada partido? ¿Habría sobrevivido Bartomeu en el asiento privilegiado del Camp Nou hasta octubre de haber habido público? ¿Estarían Pirlo y Arteta en los banquillos de Juventus y Arsenal a pesar de las pobres campañas de sus equipos? Preguntas sin respuesta, por supuesto. Pero la ausencia de público en los estadios, además de a la afición, también afecta al resto de estamentos del deporte. Los jugadores han explicado en infinitas ocasiones el cambio que para ellos representan las gradas vacías. Acostumbrados a estar juzgados en cada acción, a ser alabados o condenados, ellos también se han acostumbrado ya al fútbol mudo. Puedes marcar el gol de tu vida que nadie estará gritando tu nombre a los cuatro vientos; puedes hacerte un hat-trick en propia meta que nadie que esté dentro del campo te acosará y no será hasta que abras las redes sociales que verás la reacción del público.
La ausencia de público también está siendo significativa para las directivas de los clubes. El gigantesco proyecto de la Superliga es la confirmación a ello, pues imaginad cómo hubiese sido la reacción de los fans de haber podido acceder en los recintos. La distancia entre afición y clubes se transforma en tranquilidad cuando se toman decisiones arriesgadas o que no son del agrado del público. Si los clubes ya eran cada vez más una fortaleza inaccesible, el Covid-19 ha desarrollado una muralla insalvable. Eres del club que quieras, pero a través de una pantalla. Los goles se gritan a las paredes de casa y al árbitro se le critica por Twitter. La pelota, en vez de mascarilla, lleva un bozal.
El pasado domingo, en la final de la Carabao Cup que disputaron Manchester City y Tottenham y que volvió a encumbrar a Guardiola, el mítico estadio de Wembley acogió a 8.000 fans. Cada equipo tuvo 2.000 entradas a su disposición, mientras que las 4.000 restantes estuvieron reservadas para residentes locales y compromisos. Si nada se tuerce, dentro de no mucho tiempo la gente volverá a los estadios en masa y los jugadores volverán a sentir el calor de los suyos. La mente humana tiene tal tendencia a la adaptación que se hace complicado visualizar un futuro con público, a pesar de haberlo vivido así desde siempre.
Cuando la luz se ponga verde y las puertas se vuelvan a abrir, es innegable que los jugadores deberán hacer un nuevo cambio de chip. Acostumbrados a esa tranquilidad mencionada, las reacciones y las consecuencias de sus acciones se volverán otra vez visibles y tendrán influencia en sus estados emocionales. Otra vez los protagonistas del juego tendrán que responder ante las sentencias de las aficiones, cosa nada fácil, y aprender a jugar de nuevo rodeados por un jurado popular.
Queda poco para que el fútbol vuelva a cambiar. La afición volverá a los estadios, las emociones recorrerán de nuevo las gradas y los futbolistas se sentirán otra vez apoyados o señalados. Después de una temporada de paréntesis, la pelota tiene ganas de volver a gritar hasta quedarse afónica.
Adiós, fútbol mudo.
Imagen de cabecera: ImagoImages
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