El 10 de diciembre de 2022 no es un día cualquiera, es el día en que un país africano logró por primera vez en la historia acceder a las semifinales de un Mundial de Fútbol. Cayó el techo de cristal, el muro ha sido derribado.
Al fin el fútbol africano está presente en la penúltima instancia de la fiesta del fútbol. Un fútbol que hoy es un poco más global. Lo intentaron muchos, muchísimos, y no pudieron. Me gusta imaginar a Tommy N’Kono, Roger Milla, Jay-Jay Okocha, Finidi George, El Hadji-Diouf, Samuel Eto’o, Asamoah Gyan, Didier Drogba o Yaya Touré, esbozar una sonrisa pícara y cómplice tras el pitido final del Marruecos vs Portugal. Ellos se pusieron facheritos en su momento y se les denegó el baile. Otros tantos como George Weah o Abedí Pelé ni siquiera recibieron la invitación para rumbear.
No fue Senegal, la única que según los analistas tenía empaque para opositar con argumentos a este hito. Lo ha logrado Marruecos, una Marruecos nutrida por los hijos de la inmigración, con su entrenador y sus principales iconos nacidos en España, Canadá, Países Bajos, Bélgica o Francia.
África ha logrado entrar en esta glamourosa discoteca tras esperar 32 años en la cola de acceso y con el jefe de puerta diciéndole que no podía pasar al menos en tres ocasiones (1990, 2002 y 2010).
En el reservado de esta sala de fiestas han estado sentados siempre los sudamericanos y los europeos, tomando copas con displicencia y la superioridad moral que te da el peso de la historia. Muchos creen que a los marroquíes les van a dejar tomar una copa de bienvenida y luego Francia les invitará a salir del recinto.
No sé, yo no veo a esta gente con ganas de irse pronto a casa. Me da la sensación que han entrado en el garito con ganas de cerrarlo. Veremos. La música ya está sonando a todo trapo.
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