Estas son unas líneas que nunca querría haber escrito, pero aquí estamos. Uno solo podía imaginarlo colocando el modo Black Mirror que tenemos en nuestras mentes porque parecía que el final de Chris Wilder era imposible. El curso del Sheffield United, eso está claro, solo podía tener un destino: el descenso. Y mientras transcurría la temporada yo rellenaba con sencillez la página en blanco de mi cerebro. Yo explicaba, en esta humilde columna, el desenlace de Chris Wilder con soltura. Periodismo-ficción, que nos gusta decir. Como siempre, todo lo que ocurre en la cabeza es espectacular. Hasta que te plantas de verdad delante del Word con la noticia real: el inglés ha dejado la entidad de su vida.
Ver a los Blades, durante el curso pasado, fue un sempiterno síndrome de Stendhal para los que no necesitábamos los goles de Haaland para sentir alucinaciones. Algunos, imagino que denominados panenkitas por Roberto Gómez, gozamos con los de Yorkshire desde sus primeros coletazos en la Premier League. Era imposible no sentir un mínimo escalofrío con ese grupo de futbolistas que habían batallado ante las abyecciones de las categorías inferiores de la pirámide inglesa. Ellos eran unos plebeyos que habían conseguido revelarse contra ese porcentaje pequeño que dice que solo unos pocos llegan a ser aristócratas del balompié y asustaron a los grandes con una manera de jugar rompedora.
Wilder, en sus encuentros en la tercera categoría, entendió que una buena manera de combatir esos bloques bajos repletos de centrocampistas y zagueros con ganas de dar patadas era involucrando a sus centrales en los ataques. Le salió muy pero que muy bien. Y no lo cambió cuando llegó a la cúspide. Así mantuvo a su escuadra en su primera temporada en la élite, rozando puestos europeos tras vivir una horrible racha de resultados tras el parón por el maldito virus. Ya nada fue igual.
Las lesiones, la pérdida de Dean Henderson y la falta del ánimo de su gente en Bramall Lane evidenciaron las carencias de una plantilla que había hecho historia. Wilder, con el paso de las jornadas, ya no sabía qué decir. Llegó a asegurar que no entendía la falta de nivel de algunos futbolistas que el curso pasado habían destacado en el mismo contexto. Pidió refuerzos en invierno, pero las negativas de los de arriba eran constantes: en verano se había gastado demasiado por jugadores que estaban lejos del nivel requerido. Y cuando uno quiere explicarse qué ocurre en un balompié inglés que llegó a ser cuna de la paciencia con sus técnicos, hay una respuesta sencilla: el propietario del Sheffield United es un príncipe saudita. Su relación con Wilder, según la prensa local, no era demasiado buena. Hoy miles de aficionados de los Blades no pueden creerse que aquel hombre que fue recogepelotas y que es un prócer no tenga la oportunidad de arreglar este lío. Es el final que él nunca quiso. Y eso duele.
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