He estado pensándome mucho el escribir esta pieza, ya que es
opinión, con todo lo que esto conlleva. Por la interpretación que algunas
personas harán de la misma. Lo veo venir, no es nuevo. Hoy junto letras con un
sentimiento de pena, con altas dosis de indignación y con la resignación de
saber que lo más probable es que mis frases no vayan a cambiar pensamientos que
deberían estar desterrados del deporte. La rivalidad llevada al extremo, cuando
incita a la violencia o a la burla miserable, nos retrata como individuos. Y así
pasamos a ser lo peor como especie, cuando nos faltamos de mala manera los unos
a los otros.
El fin de semana pasado se consumó el descenso de categoría
de la Unión Deportiva Las Palmas. Personalmente no me agrada. No me gusta cómo
se maneja el club ni mucha gente de la que manda en él, como tampoco me gustan
ciertos comportamientos de una parte muy concreta de su hinchada o determinados
estómagos agradecidos que cubren la información de la entidad; pero esto no
tiene por qué justificar el desprecio al club ni a sus seguidores de bien. Me
he hartado a explicar muchas veces que rivalidad no quiere decir odio. No
perderé el tiempo de nuevo con esto. Simplemente no existe aversión por quien
considero también mi gente. Ser canario, para mí, también es eso, sentir
orgullo por cada isla y sus habitantes.
Resulta que el Club Deportivo Tenerife (en un gesto de
empatía) publicó un tweet este domingo remitiendo ánimos en un momento tan
difícil para los amarillos. Sentí cierta tristeza con algunas respuestas al
mismo. Porque iban a hacer daño, cargados de inquina. En casos concretos, con
unas dosis de ignorancia grave. Leí de todo. Desde quien afirmaba que la isla
(Tenerife) estaba contenta o hablaba de karma, hasta los que recordaron las
palabras de un Jonathan Viera descontrolado en la celebración del último
ascenso grancanario. Yo me pregunto… ¿Cómo puede conocer un sujeto concreto el
estado anímico de toda una comunidad? De verdad, hay que ser corto de miras. Al
que se refugia en el karma le diré que de memoria va justo, pues es una espiral
tan vieja como cansina, la pescadilla que se muerde la cola. Se referirá al
karma de la última vez. Pero, ¿sabes, amigo? Hubo otro anterior. Y antes de ése,
otro más. Y así siempre. Sólo que cada cual recuerda lo que le interesa. De aquel
Viera en claro estado de embriaguez (lógica, por otra parte), y sabiendo cómo
es el muchacho (de esos hay en los dos lados), poco se puede esperar. Hizo lo
que cualquier crío local idolatrado que, por su capacidad sobre el verde, se sabe
adorado haría (sin pensar) en estos casos, sabiendo que iba a causar furor. “Chicharrero
el que no bote”. No es para tanto.
Por suerte, otros entendieron la dignidad del gesto del
Tenerife y/o agradecieron el apoyo.
Recuerdo haber escrito, cuando la
Unión Deportiva fue líder de Primera la temporada pasada, una misiva a la
afición amarilla. En ella, invitaba a disfrutar, recordándoles que las alegrías
van y vienen. El vivir tantos momentos de gloria blanquiazul y desencantos en
el pasado te da perspectiva. Hubo dos tipos de reacciones. Aquí (en Tenerife) y
allá. Por una parte, me llovieron palos. Algunos paisanos me tacharon de
traidor por alabar lo que en realidad era evidente y varios vecinos me
dedicaron determinadas lindezas que no voy a reproducir, insinuando que mi
sentir era falso y que los dejase en paz, que opinara de mi equipo (hay quien
ni acepta loas si vienen de donde no desea). Me quedo con el resto. Los
tinerfeños que comprenden que elogiar a un rival no está reñido con amar tus colores
y los grancanarios que agradecieron mi carta y desearon suerte al equipo de mi
tierra, soñando, como yo, con un duelo en la máxima categoría del fútbol
nacional.
Bueno, pues seguramente, la temporada que viene, sí habrá
derbis (que, puestos a elegir, ojalá no, ya que significaría que el Tenerife
habría logrado el ascenso) y me gustaría poder asistir a ambos con la camiseta
de mi equipo (algo que ya he hecho tiempo atrás, sentándome con amigos
canariones perfectamente equipados con elásticas de los suyos) sin ser
incordiado y que quien desee entrar en el Heliodoro de amarillo pueda hacerlo
del mismo modo sin problema. Reacciones como las descubiertas en las respuestas
al tweet del Tenerife no ayudan. Tampoco las guerras dialécticas que brotan de
cualquier mensaje malintencionado (o malinterpretado) en una red social. Cambiar
el enfoque es algo que está en nuestra mano. Lo de tirarnos piedras (esto no es
únicamente una metáfora) nos retrata.
Yo quiero vivir esos choques sin preocuparme. Como quiero que
cualquiera pueda pasear por los aledaños del estadio de turno en la previa,
tomar una caña con tranquilidad, intercambiar pensamientos. Y luego, una vez
dentro, a muerte con el de cada uno. Yo desearé que el Tete le haga cinco a la
UD y mi compadre, por ejemplo, querrá que ocurra justo lo contrario. Pero hasta
ahí. Luego nosotros (él y yo) posiblemente cenaremos algo, comentaremos el
partido y nos buscaremos las cosquillas a partir de los fallos ajenos. Después,
seguro, mandaremos mensajes, tanto a vencedores como a vencidos; a gente que
nos importa, algo que, curiosamente, nada tiene que ver con su lugar de
nacimiento. Seguramente esa noche nos reiremos (uno más que el otro,
dependiendo del resultado) y, sin embargo, seguiremos con nuestras vidas y las cosas
verdaderamente trascendentales, como perseguir las sonrisas de mi ahijada. Que
el fútbol es hermoso, siempre que no se pierda perspectiva. Ni por parte del
aficionado, ni por parte de la prensa (a la que, aprovechando este espacio,
deseo recordar que, además de para informar y opinar, debe estar para educar
más que para contentar a sus palmeros, como hace parte de la misma).
¡Ah! Una cosa más, para terminar. Por pedir, también me
gustaría que se entendiesen estas líneas. Tanto en una isla como en otra. Fuerza
a los amarillos y ¡vamos Tete!
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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