El Bologna rompe una sequía de medio siglo y conquista la Coppa Italia

Cincuenta y un años, medio siglo de espera. El Bolonia, ese club que parecía condenado a vivir en los márgenes de la historia, se rebeló en el Olímpico de Roma. No fue una final para los puristas del buen juego, ni para los amantes de los highlights. Fue una noche de sudor y de un gol que más que por su belleza, será recordado por todo lo que significó.

Dan Ndoye, suizo de sangre fría y piernas rápidas, cazó un balón suelto tras un rebote afortunado y lo mandó a la red. Era el minuto 53 y, en ese instante, el Bolonia dejó de ser un equipo simpático para convertirse en campeón. El Milan, gigante adormecido, se quedó sin respuestas, sin ideas, sin alma. Solo un remate de Jovic, frustrado por Skorupski, y centros al área como último recurso de un grande desprovisto de grandeza.

La final fue un homenaje a la épica de los equipos que no tienen derecho a soñar. El Milan, con más historia y presupuesto, terminó de rodillas ante la fe de un Bolonia que jugó con el cuchillo entre los dientes, con una defensa que se multiplicó y un portero, Skorupski, que tapó lo imposible.

En la grada, la locura. Hinchas que nunca habían visto a su equipo levantar un trofeo, padres e hijos abrazados, lágrimas y cánticos. Vincenzo Italiano, el técnico que perdió tres finales con la Fiorentina, por fin pudo ser campeón.

El club rossonero, que no levanta esta copa desde 2003, se va con más preguntas que respuestas y la obligación de buscar consuelo en una Serie A que tampoco les sonríe.