Corneado. Como un torero envalentonado acercándose a un miura sin poner el capote en el sitio adecuado, dañado con una daga en un envite donde tenía puestas todas las esperanzas, rasgado como las camisas de Camarón en pleno tablado flamenco. Así se sintió el valencianismo tras el desengaño del pasado martes en la Copa del Rey. Se sentó en el diván y contempló con solicitud la inoperancia de su equipo en un estadio donde se estaba jugando la existencia. El Power 8 fue testigo del primer fracaso del Valencia de la era Nuno y Peter Lim. Y no será porque al Valencia le pillara por sorpresa.
La anterior eliminatoria ante el Rayo de Jémez, el partido de ida en Mestalla ante el Espanyol, el empate liguero en Vigo y, en su mayoría, todas las visitas guiadas fuera de Mestalla ya señalaron qué camino era el de cantos y guijarros por el que no tenían que transitar. Pero ni por esas. Una infame gestión desde el banquillo en cuanto a la no elección de hombres vitales para el equipo y una dirección aparatosa y teatral condenó al Valencia a vivir entre rejas prácticamente todo el encuentro. Sin fianza ni libertad condicional. Ni siquiera la expulsión de Mustafi en los primeros compases sirve como excusa para que los blanquinegros durmieran en un colchón, con traje de rayas y con solo un cazo de sopita en su propia área. Atrincherados. Jugar con un hombre menos no es análogo de agazaparse con el tembleque en su propia muralla. El Pizjuán avistó en la primera jornada de Liga cómo un equipo de la solera del Valencia puede quedarse con un futbolista menos y sentir el nudo en la garganta. Hasta que Orban les impidió tragar saliva. Era la ruta a seguir. Y más, en la primera final de la temporada y ante un equipo con menos recursos y potencial que el Sevilla. Pues no. Acurrucados como caniches permitieron que los pericos dieran oficialidad a lo que todos barruntábamos. El Valencia en pleno enero se quedó sin su Champions.
¿Y ahora qué? se preguntarán muchos. Desde el pasado martes lo que empezó allá por el mes de julio siendo un ‘objetivo’ se ha convertido en obligación. Los de Nuno han de jugar la máxima competición europea. Como sea. Con un plantillón que ya no se recordaba por el Túria y sin el desgaste de otro torneo, no hay subterfugios ni pretextos para no conseguirla. Un elenco de futbolistas como Negredo, Enzo Pérez, Diego Alves, Otamendi, André Gomes, Rodrigo y compañía, descansados y en estado de reposo, mientras los rivales con los que se juegan las habichuelas doradas y glamurosas tienen una o dos competiciones más, no pueden sortear bajo ningún concepto el deber de estar en la próxima Champions. Nuno y su Valencia han de recuperar los valores que definían a este entrenador y equipo hace pocas semanas. El orden táctico, siendo innegociable, ha de verse acompañado de presión en campo rival para recuperar la pelota lo más cerca posible del arco contrario y de una mejora sustancial en cuanto a la posesión. Y no me refiero a ser atravesados por espíritus ni a invocarlos. Los de Mestalla han de intentar ser más protagonistas con el balón para poder dar respiro a sus hombres más desequilibrantes en ataque estático. Y no trata de ser estéril como años anteriores sino de buscar esa profundidad que en los primeros días del cole se había logrado.
No será sencillo ganar la galopada a equipo como Atlético de Madrid -está a tres puntos-, Sevilla, Villarreal o Málaga, pero las circunstancias que cercan al Valencia desde el pasado martes, obligan a ello. Sigo creyendo en este entrenador, renovado hasta 2018. Y en este equipo. Más cuando se habla de un proyecto en pañales y a medio plazo, pero la garantía de éxito es la exigencia continuada. Otro iceberg en Liga del volumen del de Copa del Rey dejaría al tripulante y a sus pasajeros con la resquebrajadura del Titanic. Y ya saben cómo acabó esa historia.