Estamos acostumbrados a escuchar, de una forma repetitiva y pesada, a gente diciendo que el fútbol no es nada más que un deporte que nos distrae de cosas más importantes. Realmente, está de moda decirlo.
Me apetece escribir hoy, no para intentar cambiar de opinión a esas personas, sino para reafirmar nuestro amor por el balón, a aquellos a los que nos gusta, que decimos orgullosos que en la mente, en el corazón y en el pie, siempre estará una pelota que nos hace desconectar, lo último en lo que piensas antes de protegerte del frío con la sábana, y lo primero que surge entre tus dulces pensamientos mañaneros, mientras con un ojo cerrado y otro abierto piensas, qué partido verás hoy.
Esa sensación que nos llena de luz y de vida, es una de las pocas cosas que son iguales para todos, para absolutamente todos. Porque un niño celebra con efusividad un gol de rebote en el parque, ante su padre como único espectador, exactamente con la misma efusividad, que el que gana millones con 200.000 ojos apuntándole. Porque la sensación de golpear un balón que acabará en gol, no es más especial para el niño que juega con las mejores Nike, en el mejor terreno, que para el niño que juega descalzo en una favela de Brasil, es exactamente la misma sensación, que te llena el cuerpo de un sentimiento realmente indescriptible. Esa es una de las cosas que me enamora del fútbol, nos hace iguales.
Y es que el fútbol, ha regalado muchas sonrisas a lo largo de las diferentes épocas y momentos de la historia. Cuando las armas se callaron tras la segunda guerra mundial que a tantos la vida arrebató, cuando en Europa reinaba por fin el silencio, como en el estadio que se queda huérfano tras 90 minutos, el eco del balón volvió a sonar, como un susurro, un dulce susurro en los oídos y en las destrozadas calles de Europa. Con las ciudades arrasadas a causa de los bombardeos, con una Europa económicamente descompuesta, con los niños a los que les habían robado la infancia injustamente, con todo eso, el balón jamás los dejó solos.
El fútbol jamás se fue, y en los primeros años de conflicto, muchas ligas se siguieron disputando con aparente normalidad, con la única voluntad de que los niños y padres sacaran la oreja de la radio por un momento, y se olvidaran de lo que iba a venir. Más adelante, con las armas presentes ya en todos los barrios, en todos los reflejos de las pupilas europeas, las ligas fueron obligadas a suspenderse.
Pero no, eso tampoco freno al balón, no, las balas tampoco lograron pincharlo. La pelota seguía ahí, fiel y sonriente. Se organizaban torneos amistosos, organizados únicamente para subir la moral, tanto en las ciudades como en las bases militares. Partidos organizados con el único objetivo de subir la moral y, que por al menos 90 minutos, los pensamientos sobre el conflicto volaran por el estadio, y se desvanecieran en el aire, evaporados, porque el balón les había vencido, y había logrado que la gente de Europa fuese feliz por un instante.
Es aquella bocanada de aire que cogían antes de gritar ‘gol!’ lo que les daba vida, es ese efecto inexplicable, que tiene aquella esfera de dejarnos embobados, lo que les hacía olvidarse de todo, es aquel ídolo que los niños devoran con la mirada lo que les daba esperanza, era en conjunto, el fútbol, lo que les regalaba, un pequeño momento de felicidad, en la Europa más infeliz de la historia. El balón ganó a la bala, y le servía como trofeo la sonrisa de la gente.
EL PARTIDO DE LA MUERTE
Si hablamos de fútbol en la segunda guerra mundial, tenemos que hablar del famoso ‘partido de la muerte’. El antiguo equipo del Dinamo de Kiev, estaba formado por la policía comunista, así que fue prohibido. Pero un panadero alemán llamado Kordyk, y amante del futbol, que había sido seguidor del prohibido equipo, reconoció en la calle a un mendigo que no era otro que Mykola Trusevych, portero y antigua estrella del Dynamo, este es un claro ejemplo del acoso y el desinfle, que sufrió el futbol en la época en la que las balas intentaban imponerse a todo. Viendo su lamentable estado le ofreció trabajo para limpiar la panadería, allí recuperaron la afición, a la única cosa que les podía hacer olvidarse de aquella horrible situación que vivía su país, el fútbol.
Disfrutando de las historias de los años dorados que le contaba el jugador de futbol, Kordyk tuvo la idea de reunir a todos los antiguos jugadores de su equipo favorito. Con la ayuda de Trusevych, localizó entre los mendigos al resto de caídas estrellas, y les dio trabajo para ocultarlos de los nazis, pero no pudo completar su equipo, así que también dio trabajo a algunos jugadores del Lokomotiv, recomendados por Trusevych.
Así se formó un equipo de leyenda, un equipo rebelde que con la ayuda de la pelota, tenía poder y voz para dar esperanza a su pueblo, y plantar cara a absolutamente todo. Aquello llenó de ilusión cada corazón de Kiev, y los más pequeños veían en el terreno de juego la vuelta de su inocencia, la vuelta de su felicidad infantil, su infancia había vuelto.
A pesar de las largas jornadas de trabajo y una alimentación deficiente, lo que les provocaba un estado físico muy bajo, gracias a su calidad comenzaron a ganar partidos, hasta que unos meses después se enfrentaron con un equipo alemán, al que derrotaron. Los nazis, nerviosos, buscaron otro equipo mejor que también fue derrotado, haciendo que la fama del modesto equipo de panaderos corriera por los oídos de todo el mundo, haciendo acto de presencia en sus adentros, y haciéndoles recordar lo magnifico que era el fútbol antes de aquella tragedia, porque la vida con el balón en el césped, rodando libre, es mucho mejor.
Algunos nazis propusieron detener y fusilar a todos los jugadores, pero los altos mandos sabían que aquello, no haría más que aumentar la leyenda del modesto equipo, y decidieron antes de fusilarlos, organizar un partido oficial con los mejores jugadores alemanes de las Wehrmacht (fuerzas armadas nazis), así se confirmaría la supremacía alemana en el deporte, una obsesión del régimen, pero volvieron a ser derrotados. El equipo nazi pidió la revancha, y la prepararon a conciencia, sabiendo todo lo que se jugaban. Y llegó el gran día, el 6 de agosto de 1942, en el estadio Zenit, y con los palcos repletos de autoridades y mandos nazis, iba a comenzar un partido que desafiaría a todo el régimen de Hitler y sería conocido a partir de ese día como “El partido de la muerte”.
Ya en el vestuario, un nazi dice ser el árbitro y pone como condición esencial que el Dinamo efectúe el saludo nazi, y nada más empezar el partido, los jugadores saludan con la mano en el corazón, símbolo de sentimiento, de hacer lo que sienten, de saber que están haciendo lo correcto, ante el asombro de los presentes, y en lugar de decir “Heil Hitler”, gritaron “Fizculthura”, un eslogan soviético que proclamaba la cultura física.
Los alemanes comenzaron el partido dando patadas de forma indiscriminada, y anotaron el primer gol. Pero pronto se torcerían las cosas, y se llegaría al descanso con la victoria del Dinamo por 2 a 1.
El comandante de ocupación, Eberhardt, baja al vestuario local y tras decir a los jugadores del Dinamo, que Alemania nunca ha perdido en un territorio ocupado, advierte con su arma en la mano, una vez más, un arma atentando contra el balón, que ganar traerá consecuencias, pero eso no parece asustar al equipo, que vuelve en el segundo tiempo con más fuerza que nunca, sabiendo que representan no solo a un pueblo, también representan a la libertad, representan al fútbol y a pesar de las duras entradas, los ucranianos meterían 3 goles más. Hacia el final del partido, cuando ganaban 5 a 3, un jugador llamado Klimenko quedó solo frente al portero alemán, lo sorteó, y en lugar de meter gol, disparó hacia el centro del campo en un gesto de desprecio que hizo que la delegación alemana se retirase. El destino estaba escrito, aquellos jugadores, que habían hecho que el balón volviese a rodar libre, en su hábitat favorito, portavoz de la libertad en los tiempos más difíciles, en los tiempos en los que lo liberal se combatía con plomo, aquellos héroes serian ejecutados.
Espero que estos ejemplos contesten a aquellos, que tienen la respetable opinión de que el fútbol no es más que una distracción. A veces es necesaria una distracción, una distracción que no es simple, sino que lleva detrás una carga de felicidad increíble. El fútbol fue una vía de escape para esa gente en aquella época, y lo es ahora para aquel niño, que por culpa de la situación del mundo, en la actualidad no tiene un plato en la mesa todos los días, también es una vía de escape para aquel padre, que no sabe como decir a su hijo, que este año no tendrá regalo de Navidad, porque el fútbol hace que te olvides de eso y de más, durante 90 benditos minutos.
Entro a escribir en Sphera Sports con muchas ganas, es como un sueño que vivo despierto y un gran reto. Prometo poner muchas ganas, esfuerzo y dedicación. Creo que tengo mucho que aportar, pero sobre todo y a lo que más importancia doy, mucho que aprender.
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