Fútbol Internacional
El Atleti, una pareja de uruguayos, y un Mundial para cerrar heridas
Verano de 2001. Luis Aragonés, que acaba de volver al Atleti para sacarle del pozo de Segunda División, se acerca en uno de los primeros entrenamientos a ese chico de pelo lacio que da toques indistintamente al balón con ambas piernas. “Si yo hubiera tenido la mitad de las condiciones que tiene usted, habría sido el mejor jugador del mundo”, le espetó, siempre motivador, Zapatones. El jugador en cuestión era Fernando ‘Petete’ Correa, de 27 años, uno de los encargados de ascender al equipo rojiblanco junto a su pareja de baile, que no era otro que su compatriota Diego ‘Tornado’ Alonso, un año menor, que acababa de recalar en el Atleti en calidad de cedido. Ambos compartían un sueño doble. Querían devolver al Atlético a Primera División, pero también soñaban con estar en el Mundial de Corea y Japón que se iba a celebrar al término de la temporada.
Los dos habían debutado ya con la selección, pero habían corrido con suertes dispares. A su salto a Europa, tras muy buenos años en Uruguay y uno en Argentina, Alonso había tenido muy difícil tener minutos en un Valencia que tenía a Juan Sánchez y a Carew y que había llegado a la final de Champions League. Correa, por su parte, había visto cómo su carrera en la selección se empañaba cuando, en 1996, con solo 22 años, fue expulsado después de una disputa con el técnico durante el Preolímpico para los Juegos de Atlanta. Eso frenó su progresión con la celeste, con la que no volvió hasta 1998, pero una lesión gravísima poco después le apartó de los terrenos de juego y luego en el Atleti llegó la locura, con el equipo perdiendo la categoría y los entrenadores cayendo como moscas. Víctor Púa, entonces seleccionador uruguayo, les prometió que si jugaban y lo hacían bien, no importaba que estuvieran en Segunda División. No fue así.
El Petete había sido un gran jugador juvenil, considerado en su día a convertirse en uno de los jugadores más atractivos de Latinoamérica después de haber sido elegido Mejor Jugador y Máximo Goleador del Sudamericano Sub20 de 1992 y tras destacar en el Mundial de la categoría un año después. Por eso, cuando Correa llegó al Atleti en 1995, con 21 años, estuvo a punto de hacerlo al otro lado de la ciudad. Su agente, Paco Casal, le llamó una semana antes de viajar y le dijo que había dos ofertas, la del Real Madrid y la del Atleti, y que sería en la capital española donde decidirían en cuál jugar. A la gran calidad que tenía Correa siempre le acompañó esa fama de jugador algo vaguete. Por eso Luis siempre trataba de motivarle y, entre los alicientes, estuvo el hecho de nombrarle uno de los capitanes. Sacchi, por su parte, un día le llevó a su casa y estuvo horas y horas haciéndole tragar vídeos del Milan para mostrarle cómo tenía que defender y moverse por el césped. Entre las anécdotas hay muchas. El 30 de diciembre de 1998, el Real Madrid recibió en el Bernabéu al Atleti. Se trataba de un partido de exhibición prenavideño donde en delantera jugarían los toreros Enrique Ponce (con el Madrid) y José Tomás (con el Atleti). “Correa, no lo entiendo. El torero hace más movimientos que usted”, le dijo Sacchi al uruguayo en el descanso.
Ya desde el primer día en el Atleti, en la única campaña que coincidieron, la pareja de uruguayos entró en sintonía y formó una amistad dentro y fuera del campo que fue esencial para lograr el objetivo de ascender. Dos añitos en el infierno eran demasiados para el Atleti y un tercero habría sido un mazado difícil de digerir. Diego Alonso metió 22 goles (cinco de ellos de penalti) y Fernando Correa hizo 13 (sin lanzar penaltis, pero dando cinco asistencias). El Tornado hizo la mejor temporada de su vida y logró el Pichichi, mientras que el Petete acabó entre los 8 jugadores que más dianas metieron y logró fabricar un gol cada 97 minutos en aquel campeonato, teniendo también la mejor campaña de su carrera. El Vicente Calderón rugía por primera vez el ‘Uruguayo, Uruguayo’ que luego se hizo tan característico con los Forlán, Godín, Suárez, Giménez o Cebolla Rodríguez.
Pero con el correr de los partidos, algo se empezó a torcer. Correa y Alonso soñaban con el Mundial, e incluso Diego había formado parte de varias eliminatorias, incluida la repesca ante Australia a doble partido en el que no jugó ni un minuto. El Tornado estaba metiendo goles en el Atleti de todos los colores, incluido uno con el pecho que no dejaba dudas de su ansia y del olfato goleador que tenía en aquel momento. Ambos se reivindicaban en el Atleti y llegaron a jugar con las camisetas de Uruguay debajo de las rojiblancas para mostrarle al mundo que estaban ahí cuando marcaban gol.
Pero cuando Víctor Púa comenzó la ronda de viajes por Europa para ver a los futuros seleccionados, algo cambió. Su llegada a Madrid se demoró más de lo normal y la decisión definitiva de dejar a los dos rojiblancos fuera del torneo les rompió el alma. “Solo quería una oportunidad”, admitía Correa. “Púa me ha alabado en público muchas veces, pero luego no me ha dejado ganarme una oportunidad”, decía. “Sé que yo lo tenía más difícil, pero con Diego Alonso ha sido muy injusto porque él sí había estado ya en varios partidos”, finalizaba. Alonso, en cambio, fue más crítico: “No ha sido fiel a sus principios y no ha cumplido sus premisas”, señalaba. “Cuando estuvo en España, ni quiso venir a vernos a Petete y a mí. Solo nos llamó porque le obligó la gente de Casal (su representante) y cuando lo hizo me dijo que contaba conmigo y que estaría en su lista, pero luego no se acordó”, revelaba el delantero rojiblanco.
La historia es más trágica si se tiene en cuenta que Víctor Púa era el seleccionador que había hecho debutar a ambos en la absoluta, pero sobre todo al que le unía una especial relación con Correa, pues había sido él quien le había hecho debutar y le había llevado la carrera en River Plate de Montevideo, y había sido él quien le había dirigido y dado los galones en el Sudamericano y Mundial Sub20 que le habían valido para seguir promocionando como entrenador.
Púa convocó a Darío Silva, delantero estrella de la selección, junto al Loco Abreu, que vivía uno de sus mejores momentos como goleador. También citó a Richard Morales, que venía de hacer un gran año en Nacional, y a Gustavo Varela, que en el mismo equipo no había destacado tanto pero que acababa de ser vendido al Schalke 04. Algo menos comprensible fue la llamada de Magallanes, un delantero que estaba en Venecia y que no era indiscutible y apenas tenía olfato goleador (y que no volvió a jugar nunca con Uruguay) y de Diego Forlán, entonces jovencísimo, que acababa de llegar a la Premier League y que apenas había contado para Ferguson. De todos los citados, ninguno había hecho más goles en aquella temporada que Diego Alonso, y solo Abreu había marcado más que Correa. Uruguay, por cierto, solo sumó dos puntos y no pasó de grupos.
Diego Alonso no volvió a ir nunca con la selección porque tampoco volvió a tener un año como aquel. Su 2002/2003 fue bastante mediocre, solo anotando un tanto en todo el año en el Racing de Santander (era suplente tras Munitis y Bodipo) y tuvo que marcharse a otras ligas donde encontró suerte dispar. En cambio, Correa permaneció en el Atleti y poco después se marchó al Mallorca, que jugaba en Europa, y fue clave cuando al poco de arrancar la temporada al equipo llegó Luis Aragonés para formar una asociación tremenda con Eto’o. Eso le ayudó a volver a la celeste bajo la dirección de Juan Ramón Carrasco. Era 2004 y solo faltaban dos años para un próximo Mundial. Correa llegó con 32, pero el sueño estaba ahí ahora que había un técnico que le quería. El destino tenía otros planes porque, en un control antidopaje, precisamente tras un partido con la selección, su muestra presentó cocaína. Correa estuvo sancionado nueve meses y su carrera al máximo nivel (aunque el Mallorca le contrató a título definitivo a petición expresa de Luis) se terminó.
Pero quiso la casualidad, o no, que Correa y Alonso volvieran a coincidir en tiempo y espacio. Lo hicieron en 2007, en Shanghai y, por milésimas, no coincidieron en Peñarol en 2009, pues cuando Correa se marchaba, Alonso llegaba. En 2011, con ambos ya retirados, sus vidas se volvieron a unir. Diego Alonso asumió como técnico de Bella Vista, el equipo donde había arrancado su carrera como jugador, y se acordó de su amigo Petete Correa para que fuera su segundo entrenador. La pareja de uruguayos volvía a juntarse. Pasaron por Guaraní, luego por Peñarol, retornaron a Paraguay para dirigir a Olimpia y se marcharon a México para comandar a Pachuca, donde estuvieron tres años ganando una Liga y una Liga de Campeones de Concacaf. En 2018, Diego Alonso tuvo la oportunidad de ir a Monterrey, pero a Correa le surgió la ocasión de entrenar en solitario, en Cerro (de Uruguay), cuajando una buena temporada y jugando Copa Sudamericana por primera vez. Ahí separaron sus caminos. El Petete no ha vuelto a entrenar, y primero pasó a formar parte del organigrama de River Plate y ahora dedica sus días a representar jugadores (entre ellos su hijo Tiziano, que con 18 años ya es internacional Sub20 y pinta muy bien). Alonso, por su parte, firmó por Inter Miami y en diciembre de 2021 recibió la noticia de la Federación. Había sido elegido para relevar a Tabárez en su andadura como seleccionador de Uruguay.
El Petete Correa sí pudo jugar un Mundial. Fue en categoría Sub20 y fue una de las estrellas del torneo. Aunque nunca llegó a uno como absoluto. Ahora, Diego Alonso sí está en un Mundial. Quién sabe si en más. Lo que le quitaron como jugador, ahora lo tendrá que vivir desde el otro lado, quizás mucho más exigente. No saldrá a jugar, pero será responsable de cada uno de los 90 minutos de cada partido. Y qué bonito sería que nunca se hubieran separado y en ese banquillo también estuviera el Petete para, 20 años después, cerrar el ciclo.
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