No está. Y no se le espera. En ninguno de sus sectores, además. Un equipo que vive en el bajón. Que ha saboreado durante diez años los mayores éxitos de su historia y ahora no concibe estar en la posición que, por historia, por plantilla y por recursos le pertenece. El Atleti está muerto en vida y lo hace caminando detrás de Real Madrid y Barcelona, pero con el pesar que es que por primera vez en una década no paseará por Europa a partir de enero. El Atleti confunde tropezones con fracasos y finales de ciclo.
El Atleti vive una situación hartamente complicada. Los jugadores, entre el miedo a no querer forzar y quedarse sin Mundial y la desgana mostrada esta campaña, no dan pie con bola. El equipo genera, ataca, llega, pero no marca. A veces se precipita, a veces se duerme. No tiene término medio y ha perdido ese nervio y ese saber estar para hacer daño y que no se lo hagan que caracterizaba al equipo de Simeone. El Atleti es un flan en defensa y una escopeta de feria en ataque. No domina las áreas. ¿Dónde está el Atleti?
Peor en casa que fuera. Con una afición divida que se da golpes en el pecho mientras tira de las orejas al vecino de sector. Hay quien pita a Simeone. Hay quien pita a Joao. Hay quien pita a Saúl. Hay quien pita a De Paul. Hay quien pita al fondo sur. Hay quien pita a la grada lateral. Hay quien pita que se pite. Y hay quien critica que no se pite. Un escenario tóxico de grupos que se van leyéndose la cartilla mientras por el césped los jugadores deambulan sin saber cómo actuar.
“Lo dimos todo”, dijo De Paul en Cádiz. Si eso fue todo, realmente el todo es muy poco. Que alguno ni sudó. “El equipo no está bien psicológicamente. No nos sale nada. No es normal lo que nos está pasando. Y si psicológicamente no estás, el cuerpo no funciona”, dijo Oblak después de tropezar ante un Espanyol que jugó más de una hora con 10, que no sufrió en exceso pese a que el Atleti vivió en su área, y que hasta se pudo llevar los tres puntos porque la única que tuvo la metió y eso fue suficiente para ir por delante hasta casi el final.
Son cuatro partidos seguidos sin ganar. Algo complicado de ver en un Atleti con Simeone en el banquillo. El técnico, cada vez más cuestionado por aquellos que llevan años esperando cualquier tropezón para tirarse a la yugular, parece haber perdido ese liderazgo de un vestuario donde no todos parecen seguirle y en el que él, claramente, no confía en todos sus integrantes. “Si estamos todos en la misma dirección, y siguiendo al míster, somos un equipo incómodo. Pero hay que seguir al míster, estamos a sus órdenes y es un orgullo, pero luego hay que demostrarlo en el campo”, resumía Griezmann en Oporto, en unas declaraciones que pretenden hacer ver que no parecen estar todos remando en la misma dirección.
Y entre medias, el Mundial. Que puede ser una losa o una bendición. Porque lo que se preveía como un descanso para unos y una ilusión para otros, ahora se ha convertido en un periódico en horario de cierre de edición. Nervios. Estrés. Ahogo. El Atleti, con las arcas siempre con telarañas y haciendo malabares para cuadrar las cuentas pese a invertir menos dinero en los últimos 10 años en fichajes que el Cruz Azul o Monterrey, ahora tendrá que vender. Bueno, ya tenía que hacerlo, pero ahora tocará antes y por mayor cantidad. Porque si se antojaba complicado cuadrar las cuentas en junio incluso estando en Champions, ahora parece que el mercado invernal podría traer alguna sorpresa en forma de salida y hay quien incluso desea que un gran Mundial ponga a algún integrante de la plantilla en la rampa de salida. El Atleti no está. No se le espera. Se le está haciendo larga una temporada que acaba de empezar. Más allá del fútbol, de las ocasiones, de los intentos de remontada, el equipo camina por el césped sin alma, sin tensión, sin intensidad. Negociando un esfuerzo que siempre fue innegociable. Algo tiene que cambiar.
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