De ella dijo, en una ocasión, Martina Navratilova que se parecía a Serena Williams cuando era joven. Con tan solo 21 años ya tiene dos Grand Slams. Su sueño -ser algún día como la pequeña de las hermanas Williams- poco a poco, va tomando forma. “Cuanto estaba en tercer grado, hice un trabajo de investigación sobre ella. Lo coloreé y todo. Yo quería ser como ella”, llegó a reconocer en los medios hace tiempo.
El destino quiso que ambas se enfrentaran en la pelea por su primer Grande. Naomi Osaka jamás olvidará lo que sucedió en la Arthur Ashe. Por la trascendencia de alzar su primera gran corona y por el bochornoso espectáculo al que tuvo que asistir con abucheos por parte de la grada de un estadio que no asimiló la derrota de Serena. Las desavenencias de la estadounidense con el juez de silla acabaron en lágrimas para Osaka, que no se mereció un final de fiesta tan dantesco.
La jugadora nipona heredó de su padre, Leonard Francois, el color de su piel morena. Mide 1.80 metros y los rasgos asiáticos que atesora tienen raíz maternal. Tamaki, su madre, se los proporcionó. A los tres años se marchó a Estados Unidos, donde se formó tenísticamente. De ahí que ahora, inmersa en pleno debate interno entre un país u otro, debido a su doble nacionalidad, tenga que elegir con qué pasaporte quiere continuar un año antes de la gran cita olímpica en Tokio.
Una elección nada fácil para una jugadora que ha representado a Japón en la Copa Federación pero que es también consciente de las numerosas posibilidades publicitarias y comerciales que tendría en el mercado americano. Todo ello, en medio del despido de su entrenador Sascha Bajin, con quién levantó en enero su segundo Grand Slam, el Abierto de Australia.
Burocracia de lado, lo que es cierto es que Osaka, en muy poco tiempo, ha conseguido llamar la atención de todo el mundo e incluso auparse a lo más alto de la tabla después de salir victoriosa en Melbourne. Su ascenso ha sido histórico. Es ya la primera jugadora asiática en esa posición.
Y es que Osaka ha inscrito su nombre en letras de oro en tres de los seis torneos más importantes del último año. Antes del Abierto de Australia del curso pasado ocupaba el puesto número 72 del ranking WTA. Entró en el cuadro del Premier Mandatory de Indian Wells en el puesto 44 y su espectacular trayectoria en el evento californiano la impulsó hasta el 22º lugar.
Allí fue capaz de derrotar, de una tacada, a Halep, Pliskova, Sharapova, Radwanska y Kasatkina, toda una proeza que evidenciaba que estábamos ante una jugadora con una proyección espectacular en el circuito femenino, donde Serena había impuesto una auténtica dictadura tenística en los últimos años.
Sondeó el top 20-30 durante las temporadas de tierra batida y hierba para hacer su debut, entre las diez primeras, el 10 de septiembre de 2018, tras levantar el Abierto de los Estados Unidos. Solo 20 semanas después, era número uno mundial el 28 de enero de este año; la subida más rápida hasta la cima –estando en el top 10- para cualquier jugadora desde que se tienen registros.
Supera así las 25 semanas de Martina Hingis y Evonne Goolagong Cawley. Solo han pasado cuatro años desde su debut en un cuadro principal en el WTA Stanford 2014, donde alumbró al mundo. Ahora su tenis brilla allá por donde pasa. La realidad evidencia el presente de una estrella llamada a seguir haciendo historia.
You must be logged in to post a comment Login