Mis clases de derecho mercantil dan para mucho. Pero no para lo que realmente me deberían servir: conocer la normativa mercantil. Acostumbro a tomar los apuntes a mano y pocas veces hago uso del ordenador. Sin embargo, en uno de esos días en los que decidí llevarme el portátil, terminé viendo tramos del partido que enfrentó a la Juventus y a la Roma. Asumo mi parte de culpa, debería tener más fuerza de voluntad y prestar atención, pero el profesor, todo sea dicho, tampoco ayuda demasiado. Si algún día me toca impartir clases de mercantil y tengo que hablar de emprendedores o empresarios, hablaré de Tévez. Al fin y al cabo aúna muchos de los requisitos que debe tener un hombre de negocios: determinación, hambre, liderazgo y experiencia en el mercado. En el partido mencionado, la Vecchia Signora se impondría 3-2 con gol de Bonucci en el último suspiro. Si hacen un poco de memoria seguro que lo recuerdan. Revisar aquel encuentro me valió para fijarme en lo realmente bueno que es Carlos Tévez. Como os podéis imaginar mi aburrido profesor de mercantil no puso ningún video del atacante argentino, y por eso me incliné por la evaluación única; así no estaba obligado a ir a clase y él tampoco tendría que llamarme la atención por estar haciendo de todo menos escuchar.
Nacido en uno de esos barrios en los que se hacina la desesperación y en el que cualquiera con menos de cuatro detenciones es sospechoso de ser policía. Criado en el seno de una familia en la que se comía hambre tres veces al día. Hasta el punto que a veces tenía que chupar las manchas de la camiseta si quería llevarse algo a la boca. Maldita sea, así funcionan las cosas en muchas zonas del mundo, y no como en las películas de Paul Newman en las que sale con la mirada azul tras estar bebiendo whisky en el bar. La adversidad se afronta según el carácter. Quizás por eso se muestra insaciable cuando se calza las botas. El mejor “juez de partidos” que ha tenido la Juventus en mucho tiempo. Cada domingo emite un veredicto, teniendo que desechar compasiones. Inflexible, lacónico, encargado de la ardua tarea de amargar los corazones de la hinchada rival.
Fuerte Apache no es el lugar idóneo para crecer. Abandonado por su madre a los seis meses de vida, su padre murió al verse envuelto en un tiroteo y uno de sus hermanos fue condenado por el asalto a un camión. Sus tíos maternos (Adriana y Segundo) tuvieron que hacerse cargo de él. Con apenas diez meses sufrió otro terrible accidente, una tetera con agua hirviendo cayó sobre su cuerpo provocándole las quemaduras y cicatrices que a día de hoy aún a le acompañan.
A sus 30 años continúa ocupando ese puesto de lealtad y verdad que es el de delantero centro. En el sitio donde más se ve a un jugador, en la demarcación más expuesta, sigue siendo el guerrero leal, a pecho descubierto, de una bravura sin ostentación. Ni los grandes defensas centrales, ni los progresos incesantes en la organización defensiva han podido dominarlo. El gol se afila en las gargantas si el artesano del gol tiene el balón en su poder. Serenidad, visión de la jugada y -en los momentos clave-, tila en las venas para batir al guardameta rival.
El fútbol del argentino es la gran panacea que a fuerza de carácter, de determinación, de poner la última reserva física en cada lance, ha permitido al combinado de Turín volver a ser el gran dominador del fútbol italiano. La furia del Apache ha operado, cuando hacía falta, la rapidez en ataque o el supremo sacrificio a la hora de presionar. No es ningún dechado de sofisticación, está más cerca del carácter futbolístico que de la calidad, del corazón que de la cabeza. La madre espartana contestaba a su hijo que se quejaba de que su espada era corta: “Da un paso adelante en la batalla”. Tévez es el paso adelante, el jugador que persigue el balón como si el alma y la vida le fueran en ello.
Indómito, igual que un caballo salvaje. Capaz de cambiar el rojo del infierno que viste el Manchester United por el azul celeste del Manchester City. Aunque su paso por la ciudad mancuniana no es ni mucho menos el mejor recuerdo que guarda. “En Manchester no tenés nada para hacer, no pienso volver ni de vacaciones”. Probablemente por culpa de su fuerte carácter no entró en la lista final de Alejandro Sabella para el mundial de Brasil. Si en alguna zona del campo va sobrada Argentina es la parte de arriba, y tener a Tévez en el banquillo es como tener a un león en una jaula de dos metros cuadrados. Si hubiera estado en el mundial, quizás la historia sería diferente y hubiera logrado transformar las múltiples ocasiones que tuvieron Higuaín o Palacio, pero esa será otra incógnita que la humanidad jamás resolverá.
Parece ser que no está por la labor de renovar su contrato con la Juventus, que expira en 2016. En los próximos meses surgirán infinidad de especulaciones sobre su futuro, pero al parecer, Tévez quiere tener su deceso futbolístico en Boca Juniors. Un vaso de agua en mitad del desierto que en estos momentos atraviesa el conjunto bonaerense. Así es Carlos Tévez, el futbolista que viene de un lugar donde no se conjuga el verbo triunfar.
Vivo en Tamarite de Litera, una pequeña localidad de Huesca. Actualmente estoy cursando cuarto curso de Derecho en la Universidad de Lleida.
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