El 6 de octubre de 2002 no era un día cualquiera. El madridismo había esperado como agua de mayo el partido que se disputaba en aquella señalada fecha. No era una final de Champions, ni un Clásico o un derbi. En aquel choque, ni siquiera ganando se ponía líder un Real Madrid que había empezado con dos pinchazos en cuatro jornadas. No, aquel día Ronaldo Nazario jugaba por primera vez con la camiseta blanca.
La espera se hizo eterna porque Ronaldo, considerado entonces el mejor delantero del mundo, había fichado una hora antes del cierre de mercado, y desde entonces unos problemas físicos le habían apartado de los terrenos de juego. Con Morientes lesionado y Raúl renqueante, el anuncio de la convocatoria de Vicente del Bosque tuvo más expectación que nunca: diez cámaras de televisión, diez fotógrafos y decenas de periodistas radiofónicos, prensa escrita y corresponsales extranjeros acaparaban la sala de prensa, esperando ver los nombres escritos en la pizarra.
Finalmente, en último lugar, apareció el nombre de ‘Ronaldo’, el tercer galáctico de Florentino Pérez (tras las llegadas de Figo y Zidane), un hombre que había marcado ocho goles en el Mundial conquistado por Brasil en verano (dos en la final ante Oliver Kahn) y que había hecho olvidar por fin sus problemas de rodilla. “No estoy a tope, pero sí en disposición de hacer cosas buenas el tiempo que juegue”, declaró el ariete brasileño en la víspera del choque ante el Deportivo Alavés.
La presión aumentó en el ambiente conforme pasaban las horas. Del Bosque quiso quitar hierro al ansiado debut, porque no se hablaba de otra cosa: “Me parece muy bien el folclore que se quiera montar, pero quiero recordar que el campo se llena jugando Ronaldo o sin que juegue, porque el equipo está firmando grandes actuaciones”. Aquel día no cabía un alfiler en el Santiago Bernabéu, deseoso de ver a su nueva estrella.
Raúl fue descartado y Javier Portillo ocupó la posición más adelantada. El Madrid se adelantó pronto en el marcador y en media hora ya ganaba con tantos de Zidane (golazo) y Figo (de polémico penalti). Sin embargo, seis minutos después recortaba distancias Magno en un rechace tras un buen balón al área de Abelardo, actual técnico del club albiazul. Con el marcador apretado llegó el descanso y Vicente decidió sacar al astro brasileño a los 63 minutos de juego, poco antes de que Casillas detuviera un penalti a Astudillo. El resto es historia.
No había pasado ni un minuto cuando un balón al área de Roberto Carlos fue controlado por el pecho del ‘11’ carioca, que dejó que botara el balón antes de clavarlo en la escuadra. El Bernabéu estalló. Cualquier previsión del debut de Ronnie se había quedado corta. Más todavía cuando el Alavés se abrió y permitió contragolpes vertiginosos del cuadro blanco. Primero se quedó solo Figo para hacer el 4-1, y después el propio Ronaldo, que definía a la perfección en el mano a mano para firmar un doblete en el día de su estreno. Tarde mágica. Y eso que no estaba “a tope”.
El Madrid acabó ganando aquella Liga con 23 tantos de Ronaldo, cuatro de ellos en las dos últimas jornadas ante Atlético y Athletic, decisivas para arrebatar el título a la Real Sociedad. Esa misma temporada dejó para el recuerdo uno de los mejores partidos de su carrera, anotando un histórico hat-trick en Old Trafford para eliminar al Manchester United en cuartos de final de Champions. Ronaldo jugó cinco temporadas en el Madrid, marcó 104 goles en 170 partidos y conquistó cuatro trofeos, además del Balón de Oro de 2002.
Pese a haber mostrado su máximo nivel antes de las lesiones, en Barça e Inter o incluso en la selección brasileña, Ronaldo siempre dice que los mejores años de su vida los vivió en el Madrid, club que le marcó para siempre.
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