Cuando escribimos sobre deporte no solemos reparar en ciertos mecanismos discriminatorios que encierra el idioma y que repercuten negativamente en la visibilidad mediática de las mujeres deportistas. El periodismo deportivo, tan seguido por la ciudadanía, tiene una gran responsabilidad a la hora de emplear correctamente el lenguaje textual y visual para no contribuir, de forma consciente o subsconciente, a la proyección de esa torcida idea de que el deporte es un terreno concebido fundamentalmente por y para hombres ni a la transmisión de estereotipos sexistas en su discurso.
No es que el lenguaje sea sexista sino que lo son en realidad ciertos usos que se puedan hacer de él y que, por la amplia dimensión de este tipo de periodismo, producen ciertos efectos en el ideario colectivo al tener un carácter acumulativo, percutir tanto y retroalimentarse continuamente, lo que acaba por adscribir la actividad físico-deportiva al mundo masculino. Por eso se aboga desde diferentes colectivos y asociaciones profesionales por el empleo de un lenguaje inclusivo que feminice los nombres de las profesiones en lugar de utilizar masculinos genéricos y deje de etiquetar las modalidades como «masculinas» o «femeninas».
En cierto modo, acabar con la visión androcéntrica de este tipo de periodismo pasa por cambiar el concepto del denominado deporte femenino. Porque llamarlo así no solo es una redundancia (como se vio en los JJ.OO. de Londres, el deporte español ha crecido en los últimos años gracias a los logros extraordinarios y medallas conseguidas por mujeres), sino que además supone considerarlo injustamente como una subcategoría. No se habla nunca de deporte masculino, solo se utiliza el adjetivo en el caso de las mujeres para hacer la distinción.
Sin embargo, la profesora de Lengua Española de la Universidad de Málaga, Susana Guerrero, considera que esta puntualización sigue siendo aún precisa y necesaria, aunque en un futuro se deba replantear: «el problema es que vivimos en una sociedad androcéntrica que toma como referente de lo universal lo masculino, de forma que si hoy día hablamos de “deporte”, interpretamos ‘deporte masculino’. Para evitar esta asociación tenemos que decir “deporte femenino”. Esperemos que esta sea una situación transitoria, que se cambiará cuando exista la igualdad en el deporte y se elimine del imaginario colectivo la asociación entre deporte y varones».
Entre los mecanismos del idioma que producen invisibilidad de la mujer, Mercedes Bengoechea, Elida Alfaro y Benilde Vázquez, autoras del libro Hablamos de deporte. En femenino y en masculino, un manual de buenas prácticas para un uso no sexista, enumeran los siguientes: la denominación de mujeres por su nombre de pila a edades a las que a los hombres ya se les reconoce por el apellido (la mujer queda vinculada al ámbito familiar e íntimo); la designación de las mujeres por las chicas, sea cual sea la modalidad, edad o categoría (condescendencia y minusvaloración, salvo que exista un tratamiento simétrico con los hombres y a estos también se les llame «chicos»); o la identificación de una deportista no como tal, sino por su relación familiar o amorosa o por sus cualidades estéticas (más que como sujeto del deporte se conciben como objeto sexual).
Entre las orientaciones para un uso no sexista en el lenguaje periodístico del deporte, estas autoras recomiendan evitar el empleo de la voz mujer antes del título profesional al considerarlo redudante (la deportista en lugar de la mujer deportista); no usar el masculino genérico para englobar a mujeres y hombres sino sustantivos abstractos (el equipo arbitral en vez los árbitros); y recurrir a la duplicación de formas femenina y masculina cuando sea necesario visibilizar la presencia de mujeres (jugadores y jugadoras).
Igualmente, apuestan por usar términos femeninos para denominar profesionales (la árbitra, la oficiala) y términos y categorías del deporte (la alera, la alevina, la base, la meta), aunque en algunos casos aún no hayan sido recogidas por el Diccionario de la Lengua española (la ayudanta). Además, para evitar ambivalencias y posibles discriminaciones, advierten de la posibilidad de hacer uso de adjetivos invariables , esto es acabados en -e o en consonante (fuerte mejor que musculoso), y de términos comunes prescindiendo del artículo o determinante (integrantes del equipo).
Además de enumerar una serie de expresiones androcéntricas que han de evitarse (el sexto hombre en baloncesto pasará a ser la sexta jugadora o, en fútbol femenino, el público que aplaude no será el jugador número 12 sino la jugadora número 12 o la mujer-gol y no, lógicamente, el hombre-gol), las autoras incluyen un glosario terminológico para denominar correctamente tanto a hombres como a mujeres. En este listado, se proponen como soluciones algunas formas coloquiales (la/el pichichi, la chupona/el chupón), el uso de artículos delante de extranjerismos (la/el fielder, el/la esprínter, el/la coach o el/la striker), e incluso términos y expresiones con un género abierto al cambio pese a que a día de hoy son poco comunes (la astro, la extrema derecha, la cerebro del equipo, la cabeza de serie, la cinturón negro, la dorsal número once, la peso pesado, una crack).
Del manejo responsable que hagan los medios deportivos del lenguaje dependerá que en un futuro estas expresiones se consideren dentro del DRAE como perfectamente válidas una vez universalizado su uso entre la población. Porque dar visibilidad a las mujeres a través de un uso correcto del lenguaje también es educar en igualdad y hacer, no lo olvidemos, un periodismo de mayor calidad.
Sevilla. Periodista y profesor universitario. Periodismo, lenguaje y deporte.
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