“Yo sabía que los doctores estaban equivocados. Y que todo el mundo lo estaba. Nunca quise jugar al fútbol profesional, no me lo planteaba. Solo se trataba de volver a sentirme feliz dando patadas a un balón”. Cuando Declan Eric Thompson tenía siete años le dieron una malísima noticia. Sufría la rara enfermedad de Legg-Calvé-Perthes, un trastorno que se suele dar en la infancia por el cual el riego sanguíneo afecta a la cadera e impide, durante muchos años, caminar para llevar una vida normal. El riesgo de que queden secuelas crónicas con esta enfermedad es aún mayor si se diagnostica a partir de los seis años y un gran problema fue que a Declan no le empezaron a tratar hasta casi un año después de las pruebas que lo revelaron. El mes pasado, en cambio, Declan Thompson debutó, a los 18 años, como futbolista profesional jugando los últimos tres minutos del partido de FA Cup que clasificó al Sheffield Wednesdey ante el Exeter.
Y es que, cuando a Thompson le comentaron la mala nueva, a él solo le quedó una frase en la retina: “Vas a tener que dejar el fútbol y nunca más podrás jugar”. Tenía siete años. Nadie pensaba en una carrera futbolística, sino en el simple hecho de bajar al parque a jugar con los amigos, de enrolarse en un equipo infantil con el que disputar partidos los domingos. Nunca pensó en las otras consecuencias que su problema también tenía. Operaciones, dolores diarios, el tener a sus padres absolutamente condicionados para empujar a un chico que tenía que moverse en su silla de ruedas. Solo pensó en el balón, lo más importante para un crío de esas edades. Cuentan sus padres que, en su inocencia de infancia, el pequeño de siete años les dijo a los médicos algo muy claro: “Voy a hacer todo lo posible por volver a jugar al fútbol”.
Debía ir cada día al fisio para tratarse. Dice no recordar la cantidad de veces que ha pasado por el quirófano para operarse y las cicatrices de su cuerpo se cuentan por decenas y durante un año y medio se sentía tremendamente cansado, imposibilitado, deseando que por fin acabara todo ese dolor que le hacía pensar ser inservible. Lloraba por el dolor y se pasaba las noches en vela, sentado en la cama con las piernas en alto, colgando, incapaz de conciliar el sueño por ese terrible sufrimiento insoportable.
Fueron tres años eternos, donde poco a poco comenzó a recuperar condición física, a ganar masa muscular, a caminar, a trotar y, definitivamente, a correr e intentar patear un balón. Su familia fue su mayor apoyo, pero siempre fue el propio Declan el que les prometió que algún día volvería a patear un balón con sus amigos, el que convencía al resto que todo el mundo estaba equivocado. “Nunca te des por vencido es mi primer y único lema”, admite. Apoyado por su padre Lee, un ex futbolista profesional que jugó para el Sheffield United y el Boston United, se enroló en las categorías inferiores del otro equipo de Sheffield, el Wednesdey, cuando tenía 12 años. Pero el camino siempre fue más bacheado de lo deseado. Continuas recaídas le hicieron abandonar otra vez el fútbol y pasar largas jornadas postrado en una cama. ¿La última? Hace solo 18 meses, cuando hubo de pasar otra vez por el quirófano.
Con el dorsal 38 a la espalda, camiseta que hoy tiene enmarcada su abuelo en su casa, Declan realizó el debut soñado jugando como lateral derecho, con su equipo pasando de ronda, poniendo el final feliz a una historia que ahora solo es el principio. “Solo quiero decirles a esas personas que se reían de mí cuando me veían en silla de ruedas creyéndose superiores que no lo son. Y que no hay límites para lo que se puede o no se puede hacer”.
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