Lo negamos, pero sabemos mucho de fracasos. El desengaño, revoltoso como ninguno, aparece en cualquier momento: en la discoteca o en casa con la factura de Hacienda. No hace prisioneros. Estás en la fase de grupos, ese paraguas que otorga la competición al grande para que este pueda despistarse, cabalgando por senderos sinuosos hasta que te das cuenta de que, en un Alfredo Di Stéfano sin público, lejos del Santiago Bernabéu, puedes consumar una decepción histórica. Pero igual que con nuestros sueños o con nuestras increíbles crónicas que nos imaginamos y que nunca cuajamos, los chascos tampoco se cumplen cuando uno se imagina. El Real Madrid, cuando menos te lo esperas, saca la guadaña. Y no perdona. Esta vez le tocaba sonreír.
El Madrid es ese niño distraído que se entera una hora antes que tiene un exámen. No es de esos que se inventan que no han estudiado y luego sacan el 10. Es despistado, va mal peinado y tiene sonrisa juguetona. Leerse un par de veces la lección le sirve para aprobar con nota incluso cuando crees que de esta no se salva. De repente, sin que nadie lo espere, vuelve Sergio Ramos; Karim Benzema marea con sus caídas en banda porque Ferland Mendy le deja perfectamente esos huecos; Toni Kroos distribuye de maravilla; Casemiro hace lo que sabe y hasta el equipo, perdido en la presión en toda la competición, aprieta de maravilla. Otra vez lo mismo. El Borussia Mönchengladbach cayó en la trampa en Valdebebas. Qué insensatos.
Aquí no habrá muchos párrafos. Los análisis con capturas del terreno de juego y de los esquemas quedan para otros. Por ello, hay que dedicarle espacio y letras a Luka Modric. El croata, como si en plena cuarentena se hubiera dado cuenta de lo que significa vivir sin fútbol, ha debido llenar su tarro de las esencias con una especie de mejunje que le da piernas para correr kilómetros y kilómetros. Aunque, al contrario de algunos centrocampistas, cada camino que ocupa tiene sentido. Y, claro, como siempre, cuando tiene el balón es el sujeto y predicado de todas las oraciones del conjunto madrileño. Y de todos los análisis que se puedan escribir de este choque.
El ex del Tottenham hizo de todocampista: construía junto a Toni Kroos pero acababa rompiendo líneas en conducción, llegando al área y cuajando desmarques de ruptura cuando la banda derecha blanca lo necesitaba. En la izquierda se sobraba un trío de ensueño: Ramos, Kroos y Benzema. El Madrid, en esta partida de ajedrez, jugaba con tres reinas. Era imposible no ganar el choque. Fue el francés el que rompió los esquemas con un gol madrugador. A los visitantes, anonadados, se les encasquillaron los fusiles. De golpe y porrazo, los potros eran gatitos sin maldad. Marcus Thuram y Alassane Pléa, especialmente fallón, eran hermanos gemelos de los que habían despellejado a la defensa blanca hacía un mes. De Breel Embolo poco que decir. Debían empezar a poner las velas para que el Inter volviera a fallar.
Y si en el carril izquierdo se cocinó el balompié, en el derecho devoraron sin cubiertos. Las internadas de Lucas Vázquez y Rodrygo Goes fueron definitorias. Dos asistencias desde allí al Benzema más ariete, siempre presto a lo que se necesita, perfilaron una clasificación a octavos de final. Los anfitriones, con Modric y Kroos mimando el esférico como el que cuida a un ‘Baby Yoda’, guardaron fuerzas para envites próximos. Todos iban a acabar de verbena. El empate en el Giuseppe Meazza clasificaba al Borussia Mönchengladbach como segundo. El Madrid, como si nada hubiera pasado, iba a ser cabeza de serie.
Imagen de cabecera: PIERRE-PHILIPPE MARCOU/AFP via Getty Images