Un cromo de los ‘80. Una camiseta random de los ‘90. Un futbolista icónico de hace 30 años. Superioridad estética. Aura. Carisma. De un tiempo a esta parte, el coleccionismo futbolístico está en auge. No es opinión, es información. El hecho que ahora este noble arte se pueda compartir en redes sociales ha hecho que actúe como un virus y se propague. Antes, los que coleccionábamos cromos o camisetas de fútbol lo hacíamos en silencio, sin airearlo, como los pecados que acumulas. El auge de Instagram, el hedonismo, la cultura del ego y el gran patio de vecinos que supuso Twitter primero, y ‘X’ ahora, hace que la comunidad que suspira por este tipo de artículos de colección crezca de forma constante. El motivo es sencillo: la nostalgia.
No hace mucho, el gran Faustino Sáez, en ‘Colgados del Aro’ se hizo una pregunta inocente: “¿Sabes por qué idolatramos demasiado la nostalgia?”
Él mismo se respondía en un párrafo que es todo un tratado de filosofía a enmarcar. “Porque casi siempre somos felices en diferido. Cuando uno es feliz, no sabe que lo está siendo. Uno tiende a recordar momentos, que en su día no disfrutó como debía. Y entonces, la revancha te la da la nostalgia, porque a veces la realidad te atropella y no te da tiempo a deleitarte con las cosas importantes de la vida, y con la felicidad verdadera que pasa por delante y se te escapa”.
El propio Faustino, remarcaba que “como explican los portugueses de su ‘saudade’…la nostalgia es lo que nos queda de lo que ya no está y lo que nos falta de lo que nunca se fue”. Me encanta.
Dusko Ivanovic sentenció en su momento que “la nostalgia y la esperanza son los dos más crueles asesinos porque matan la realidad, matan el presente”. Tremendo. Lapidario.
Siendo cierto todo lo apuntado, tengo muy claro aquello de: “cualquier tiempo pasado fue mejor”, al menos en el fascinante universo del ‘textil futbolero’. La mística de las camisetas de final de los ‘80 y ‘90 es difícilmente comparable a los tiempos actuales dónde todo es más insípido y etéreo. ¿Tú qué opinas? ¿Cuál es tu caso concreto? ¿Eres víctima, rehén o verdugo de ‘Doña Nostalgia’?