Me tiene fascinado. Sin utilizar embrujos de miel ni hechizos de amarre, Paquito Alcácer está derrumbando todos los muros. Pisotea el proceso de madurez como la familia García la uva en la Fiesta de la Vendimia. Con 21 años ha decidido saltarse los semáforos y mirar con el índice al cielo de forma continuada. Allí le observa orgulloso y radiante su padre Paco, aquél que un día le dijo que sería alguien en el mundo del fútbol. Y lo clavó. Alcácer es el producto autóctono y originario. La naranja Clementina o la paella de conejo, pollo y garrafones. Hoy el valencianismo lo saborea como suyo, lo siente como un fragmento de su escudo, como un vestigio que solo tiene encaje en el teatro de los sueños de la Avenida de Suecia.
Desde muy pequeño lleva haciendo lo que cuesta dinero en el fútbol. Es su don. Guarda una íntima relación con los focos, pues es con esa luz resplandeciente donde le demuestra al planeta entero que vive del beso a las mallas. El gol es a su vida como la cámara al fotógrafo. Alcácer ha comenzado la temporada en el Valencia como acabó la pasada. Golpeando a la puerta con la ferocidad con la que Pedro llamaba a Vilma. Cuatro goles y cuatro asistencias en siete partidos de Liga. Números para afirmar con vehemencia que el Valencia dispone de una de las joyas de la corona. Sin pasar por la selección española sub-21, ya que Julen Lopetegui estuvo un tiempo sin pasarse por el oculista, Paquito Alcácer ha invadido y conquistado la absoluta con dos goles en dos partidos, dejando una sensación de titular casi indestructible.
Pero a su idilio con el gol, hay que sumarle una inteligencia táctica propia de los comandantes de batallas. Alcácer adora el juego de primeras, venera la asociación con sus compañeros, tributa la generación de espacios y fanatiza con el primer palo. Tiene la clase de los elegidos acudiendo a su salón. Nadie lo frecuenta con tanta destreza como el de Torrent. Allí suelen caer sus presas. Allí suele poner Mestalla patas para arriba.
Aunque es objeto de deseo para los grandes del continente, Alcácer tiene claro dónde quiere seguir mirando al cielo, dónde quiere levantar sus dos índices en búsqueda de la comunicación paternal. Su renovación está muy bien encaminada y en breve sellará su compromiso con el club de sus amores. No hay nada más bonito que jugar en tu tierra, en tu equipo y sentirte uno de los futbolistas elegidos de tu afición. Su majestad el gol Paquito, a pesar de su bisoñez, ya reúne el trípode de emociones y sacudidas en la actualidad.
La llegada de Negredo, lejos de amedrentar al delantero valencianista, le ha servido de acicate para seguir demostrando el futbolista que lleva dentro. Ahora son muchos los que ya no distinguen el explosivo, no diferencian el origen de la detonación. La bomba no se sabe si se creó en Vallecas o en Torrent. Su carácter tímido y afable fuera del terreno de juego lo conjuga con un egoísmo competitivo propio de los grandes cazadores. Alcácer se siente en el área como cualquier joven en la discoteca. Sus copas no son de alcohol pero sí llega a emborracharnos con sus goles. Sus principales ligues. Los blanquinegros tienen una mina. El museo minero de Escucha o Arnao, más bien. Un futbolista al que le encanta mirar la luna de Valencia. Un delantero que ha elegido por sentimiento la esfera che para seguir comunicándose con su padre
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