El parque natural de San Bartolo aparece como un oasis verde en la interminable línea de costa Adriática que se extiende desde los cenagales del Po y Rávena hasta el Abruzzo. El litoral de las Marche, de playas interminables asfixiadas por construcciones de primera línea y última calidad, hoteluchos de media estrella, fiestas horteras de piscina y hamacas privadas, encuentra en esta zona al norte de Pesaro un respiro de bosques y pueblecitos entre las colinas y el mar.
Por allí transcurría la jornada más larga de este Giro d’Italia: 239 kilómetros en los que el pelotón, tras el desgaste de días anteriores, evitó cualquier contratiempo. Sin apretar a dos habituales en fuga, Frapporti y Cima, tranquilidad reflejada en las aguas añiles del Adriático, el cielo gris y la decadente calma previa al algarabío estival antes de la dura y decisiva contrarreloj del día siguiente en San Marino.
El tercio final de etapa apenas dio pie a un postrero ataque de la maglia azzurraCiccone, que buscaba un triunfo que se le escapó en su casa de L’Aquila, junto a Vervaeke y Bidard, aprovechando las carreteras en mal estado de San Bartolo y unas pocas gotas de lluvia. Tensión, distensión. El equipo Lotto trabajó para permitir un sprint que se llevó su líder, Caleb Ewan.
El joven velocista australiano, experto pese a sus escasos 24 años, sigue desembarazándose de la injusta etiqueta de sprinter de carreras menores, demostrando que cada vez se le dan mejor las volatasmás selectivas. Físicamente parecido a un Robbie McEwen más calmado, 165 centímetros apoyados con todo el peso sobre el manillar, como si el pecho guiara la rueda delantera, Ewan superó con facilidad a Ackermann y Viviani para alzar los brazos victorioso por primera vez en este Giro, segunda tras el triunfo de hace dos años.
La tensión del sprint, la distensión de un primer triunfo que quita la presión. La distensión del día antes, la tensión que se vivirá, mañana en San Marino. Lo habitual en el Giro.
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