Hubo un tiempo de felicidad y plenitud física para Derrick Rose. El hijo pródigo de Chicago, elegido número 1 en un draft repleto de talentos (2008), no tardó en darse a conocer por las calles de la ciudad más poblada y famosa del estado que le vio nacer, Illinois. Su figura de 191 centímetros de estatura proyectaba una sobra mucho mayor bajo la tenue luz solar típica al noroeste de los Estados Unidos.
El frío abrazo del temporal no privó a un joven y descarado Rose en su objetivo por desplegar todas sus armas atléticas en la pista. Los pabellones albergaban suficiente calor como para no helar la musculatura privilegiada de un explosivo base con tintes de liderazgo. La jerarquía en un vestuario, y más en la NBA, no se gana de un día para otro, no obstante, Derrick fue rápido en su obtención, demostrando que no solo el físico le acompañaba, su carácter triunfador no se despegaría de su estela.
Su brillante ascensión a la cúpula mundial del baloncesto supuso un extraño e inesperado desarrollo de los acontecimientos. Era probable, siguiendo con la cadena de sucesos a la que se había agarrado para entrar por la puerta grande en la NBA, que su crecimiento continuara una vez pisado terreno de grandes bestias, lo que no era de esperar fue su tempranera inclusión entre las mismas, ocupando a finales del curso 2010-2011 su trono. Nunca un MVP fue tan joven.
Una apabullante campaña bajo las órdenes de Tom Thibodeau, y al mando de las operaciones en un grupo con otros nombres propios que iniciaban su proceso para ser reconocibles en la liga, el salto de Rose fue imparable. Ni el mismo rey, LeBron James, pudo impedir que sus cifras no fuesen reconocidas por el pueblo y con ello no levantar el MVP de la temporada regular esa misma temporada.
Rose era un nuevo e incómodo miembro, para los ya presentes, en el club más elitista del baloncesto, el de las grandes estrellas de la NBA. Los Bulls, que andaban vagando entre soledad y penumbra desde los tiempos en que Jordan dejó de recaudar anillos para la franquicia, miraban a su nuevo héroe con la esperanza de los creyentes. Los crédulos no dudaron de su aura ni un solo instante, y los incrédulos tuvieron que rendirse a las evidencias presentadas en forma de partidos ganados y números astronómicos.
Chicago respiraba aire fresco entre tanto humo negro, y aunque aquel año no acabasen viendo la luz al final del túnel, la confianza que desprendían y las expectativas levantadas por su nuevo y legítimo monarca eran ciegas, tan ciegas que no supieron ver la fragilidad de un físico privilegiado castigado por muchas horas de trabajo y años de sueños cumplidos que dejarían de serlo.
Rose se rompía el ligamento cruzado anterior en el primer partidos de su equipos en los playoffs del curso 2011-2012. Las lesiones le habían acompañado durante todo ese año, y desde que le fuera otorgado el trofeo individual a jugador más valioso de la temporada, la suerte y la plenitud física parecían haberle abandonado. Algo más de un año en el dique seco proclamaba a los cuatro vientos su mala fortuna. Eso sí, su vuelta fue anunciada por todo lo alto y con tanta expectación que casi todos creyeron en el retorno de un renacido Rose, que aunque ojalá hubiera sido cierto, a día de hoy se sigue esperando por parte de una pequeña y reducida armada de incondicionales a su causa.
La garra y pasiones que despertaba con su juego nunca volvieron a ser las mismas. A pesar de sus reiterados intentos por recuperar la sonrisa de la grada con su salida al parqué, todos ellos fueron en vano. Solo en contadas ocasiones se quiso ver su antiguo yo que realmente había partido para no volver. Las rodillas, sus maltratadas rodillas tenían la culpa de sus problemas, como les había pasado a tantos otros antes que a él, y aunque no desistiera en su lucha, la muralla que tendría que escalar para poder derrotar al enemigo era infinitamente más alta que cualquier muro que hubiera visto, saltado o apuntado a saltar en sus años de adolescencia por las calles de Chicago.
Ahora, con 28 años a sus espaldas y en un momento de su trayectoria como jugador en la que parecía sentirse a gusto al amparo de la gran manzana, su rodilla volvió a dejarle tirado en la cuneta. Sin contrato para el próximo año, sus ofertas se reducirán de manera evidente, pero a la espera de que alguien siga apostando en un juguete maltratado, si no roto, los amantes de este deporte, y en particular los de Chicago, no olvidan al que fuera su estrella, una fugaz pero radiante estrella.