La historia está repleta de altas torres que se derrumban. Fortalezas aparentemente inexpugnables, derribadas ante la perplejidad del mundo que las rodea. Ante la mirada atónita del gran público, que no termina de creer lo que está sucediendo. Algo así ocurre en la categoría de plata del fútbol español; Riazor y La Rosaleda se tambalean ante el temblor que se está produciendo en sus interiores.
Los herculinos no levantan cabeza. Creían haber alzado una muralla construida en piedra, comandada por un general con experiencia y mando como Juan Antonio Anquela. Sin embargo, el enemigo avanzaba con paso firme y sin encontrar resistencia, y ante ello, el Dépor se protegió sustituyendo al líder. Aquello que asemejaba piedra, en realidad era sólo arena.
Luis César Sampedro apareció en escena para virar el rumbo y estrategia de su tropa. No obstante, el ejército continúa a la deriva, 2 puntos sobre 18 posibles con el técnico gallego y un auténtico desafío de un club que no está acostumbrado a batallar en el barro. Sólo un equipo, el Poli Ejido, ha logrado evitar el infierno de bronce con una puntuación similar a la que el conjunto deportivista suma a estas alturas. Quién sabe si un nuevo cambio de rumbo es capaz de levantar el ánimo de un escuadrón supuestamente capacitado para aspirar a vencer en batallas por más altos objetivos.
En la Costa del Sol la situación no es más esperanzadora. Especialmente, porque si a los gallegos se les supone artillería para vencer, a los malaguistas les escasea la pólvora.
Un equipo al que un jeque llevó a luchar por vencer en territorio europeo y al que ahora ha olvidado hasta tal punto que incluso los efectivos escasean. Una plantilla escasa en número y calidad, con un comandante, Víctor Sánchez del Amo, que se empeña en mantener a la tripulación en pie. Contra viento y marea, este Málaga se agarra a sus escasos recursos para tratar de resistir el temporal.
Dos históricos que en un pasado relativamente cercano saborearon la miel del éxito europeo, ahora se encuentran en momentos de apuro que amenazan con llevarles al infierno más absoluto. Una situación inimaginable, sí. Pero una realidad inexcusable que debe hacer saltar las alarmas, llamando a la unidad en busca del bien común. La batalla acaba de comenzar. Hay tiempo de reacción. Es tiempo de tomar conciencia de la magnitud de una situación a la que ninguno de estos dos colosos está acostumbrado.
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