– It feels like times have changed (Pat Garrett)
– Times maybe. Not me (Billy the Kid)
Siempre que las cosas no me funcionan como deben, acudo a mi farmacia de cabecera: el cine. Echar un whisky con Bogart (suelo perder el duelo), intercambiar sonrisas con Newman (obviamente aquí también, de largo) o los desaguisados de los Marx (aquí a veces rasco el empate) nunca me ha solucionado un problema pero me hace sentirme mejor. Viernes nueve de diciembre, a las 13:00h, el Atlético de Madrid anuncia el nombre para su nuevo estadio y a la vez presenta la modificación del escudo. Y la noche quedó franca para una dosis de Sam Peckinpah: Pat Garrett and Billy the Kid.
Es de mis preferidas. Toda la película es nostálgica, crepuscular, con personajes que dan la permanente sensación de estar marchándose y ser más importante lo que callan que lo que dicen. El diálogo con el que comienzan estas líneas refleja el sentir de los protagonistas, de un tiempo que ha pasado y ellos se resisten a abandonar. Porque casi todos solemos ser reacios a los cambios, yo también. Las incertidumbres me son incómodas. El forzoso abandono de nuestro querido Vicente Calderón me será muy duro. Ese recinto contiene tantos recuerdos y en él hemos compartido tantas experiencias, con gente muy querida que no volverá muchas veces, que no se puede abandonar sin dolor. Tras conocerse el nombre del estadio, por anunciado, y por lo bajas que tenía las expectativas, no me ha desagradado. El guiño al Metropolitano tira de nostalgia y nos hace conservar algún rescoldo de identidad.
En cambio, el nuevo escudo nos ha pillado por sorpresa. Como cuando al repasar la cuenta del restaurante observas que te han cobrado el cubierto, el pan, el aceite y la manicura de la camarera. Sorpresa, horror, enfado y hastío, por ese orden. Las redes sociales incendiadas de indignación. Pero con las horas vas madurándolo y asumes que no es la primera vez, que hemos cambiado antes de campo y de escudo. Hasta de himno. Acudo a mis atléticos de cabecera. Alberto Barbero te recuerda el diálogo de El secreto de sus ojos: el tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de Pasión. Y empiezo a aceptar el cambio. Incluso a parecerme desproporcionada la reacción de gente que asegura que no renovará el abono o que nunca pisará el nuevo estadio.
Lo cierto es que desde que la familia Gil desembarcara en el Calderón muchas cosas han cambiado. Con su moral en barbecho, la coalición Gil-Cerezo ha logrado alcanzar un nivel en el que para valorar debidamente todos sus ultrajes sería necesaria una comisión multidisciplinar con abogados, economistas y urólogos. Seguir sus andanzas de los últimos veinticinco años te la podrían convalidar por media carrera de Derecho. Pero la realidad es que soy un tipo práctico, que a lo superfluo o innecesario le suelo dedicar el mismo tiempo que al estudio del cultivo del maíz en Idaho. Una noche cualquiera me encontrarás siempre en un bar decente buscando una mujer fácil antes que en el local de moda con gente guapa. Y hace tiempo que acepté que, por desgracia, la propiedad del club y su gestión es una batalla perdida. Que no hay vuelta atrás y que desgastarme en pensar lo injusto de la situación es sembrar margaritas en el asfalto. Así que no tardaré en asimilar el nuevo nombre y me acostumbraré a pintar el oso con otro perfil. Asumiré que los aplausos de este año en el Calderón huelan a necrológica y que el escudo parezca salido de un dibujante de los X-Men, tal y como antes acepté conversiones en sociedad fraudulentas, descensos y variados fracasos.
Pero, eso sí, como dice Billy the Kid, los tiempos habrán cambiado pero yo no. Aceptaré la situación pero mi estadio preferido será siempre el Vicente Calderón, el primero al que yo fui, el que pisé con mi familia. Seguiré pintando el mismo escudo que tantas veces hice. Seré consciente de que cada maldita acción del club que muevan está manchada y es de prestado, y que cada imagen de Gil Marín o Cerezo en el Atleti huele a allanamiento de morada.
Porque, amigos, mis pasiones y mis rencores los elijo yo. Y eso es algo que ningún consejo de administración podrá cambiar.