Hay momentos que marcan a las generaciones de seguidores al fútbol. Sé, de buena tinta, que los que se acercan a los 50 tendrán un tremendo recuerdo del Mundial de España. El de naranjito. Los que superan los 30, por ejemplo, hablan lo maravillosa que fue la Copa del Mundo de 1994, con Suecia y Bulgaria dando sorpresas sin parar y viendo partidos al son del ventilador en un verano, imagino, muy caluroso. La memoria, queramos o no, nos engaña. Normalmente, todo aquello que destacamos con fervor es una trampa para estar hoy peor. Pero ese es otro tema.
Los más jóvenes nos hemos desarrollado ya de otra manera. Confundidos por las maquinitas, entre el FIFA, que hoy ha salido, y el Pro Evolution, mucho más completo en aquellos tiempos, crecíamos con un balompié que ya no necesitaba que acudieras al estadio. Podías acabar tu encuentro por la mañana con el equipo de tu pueblo y tener la tranquilidad que, desde el sofá, la televisión te iba a proporcionar un sinfín de encuentros. Y, claro está, muchos envites eran de ligas extranjeras.
La Premier League, sin ninguna duda, fue la que mejor se ganó el hueco en esa guerra. Se podrá criticar a la ‘Pérfida Albion, peleada con nuestro país desde hace muchos siglos, pero el discurso lo ganaron hace décadas. Muchos de nosotros podíamos alucinar, al mismo tiempo, con un golazo de Messi y a la vez idolatrar el poderío de Didier Drogba. Los mayores nos miraban con rareza. ¿Qué haces viendo ese Chelsea-Bolton?
Esta semana hay un derbi de Mánchester. Aunque el partido sea en el Etihad, rememoro hoy con un entusiasmo que ilusionaría a Marcel Proust aquella chilena de Wayne Rooney. Fue hace once años en Old Trafford. El partido parecía destinado al empate hasta que Nani puso un centro inofensivo al área. Apareció en el área el inglés y decidió hacer una chilena escandalosa. Alucinó hasta Alex Ferguson. Los aficionados neutrales, a miles de kilómetros, gritamos ese tanto igual que el aficionado del United. Ese es el poso de nuestra generación.
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