El Barça colocó su piedra angular con el discurso romántico debajo del brazo. Tan seductor como ilusionante. Primero con el aclamado regreso de Xavi como entrenador. Más tarde con la vuelta de Dani Alves. No la vimos venir. Tampoco que Mateu Alemany sería el fichaje más preciado, pues ha jugado al Twister con la masa salarial. Un pie aquí y una mano allá para ganar la partida. Y como goles son amores, algo que el conjunto blaugrana necesitaba con urgencia, se ha agenciado a tres delanteros en el mercado de invierno.
La salida de Dani Alves en 2016 supuso para el Barça un quebradero de cabeza y un arduo esfuerzo por encontrar un reemplazo en banda derecha. No lo consiguió. El jovencísimo Sergiño Dest fue la última pieza sobre la que recayó tal peso. Poco experimentado, con facetas que pulir y distintas virtudes por potenciar con tiempo y paciencia. El hype de su carta de presentación y una dinámica negativa general jugaron en su contra. Lo que nadie imaginaba es que Dani Alves, a sus 38 años, acabaría siendo el propio recambio de Dani Alves.
El brasileño, todo carisma, es una figura muy querida por el barcelonismo. Su llegada le está dando todo el sentido a un costado debilitado. Un perfil que puede desatar su creatividad y, al mismo tiempo, arremangarse para bajar al barro. Punto de apoyo para veteranos y vitamina para contagiar a los jóvenes con su energía y mentalidad. Su extensa experiencia es toda una referencia para sus sucesores, aquellos que no deben ser echados a los leones sino tener un crédito de tiempo que les ayude a crecer. Su compromiso, intacto y apasionado, es un espejo en el que mirarse. Cobra el salario más bajo permitido por LaLiga, pero no perdona ni un ápice de esfuerzo. Aunque a sus espaldas tenga el palmarés más extenso.
Xavi Hernández desenfundó un gran planteamiento para enfrentarse al Atlético. En su lectura, cuando tenían el balón, Dani Alves pasó a ser un centrocampista más; ocupando el carril central y ejerciendo de organizador. Algo que también se explica con la llegada de un extremo como Adama Traoré. Antes de ser expulsado por una dura entrada, el brasileño rubricó un recital en el que fue su partido número 1.000 como profesional. Asistió, marcó y manifestó una magnífica interpretación para alternar alturas y comprender qué precisa de él cada jugada. Una mente maravillosa que volvió a demostrar que la edad es solo un número y que el talento es el verdadero valor.
Hace años mencionó su ritual en una emotiva carta que publicó The Players’ Tribune: “Antes de cada partido, tengo la misma rutina. Me paro frente al espejo por cinco minutos y bloqueo todo. Después, una película comienza en mi mente. Es la película de mi vida. En la primera escena, tengo 10 años. Estoy durmiendo en una cama de concreto en la pequeña casa de mi familia en Juazeiro, Brasil. El colchón sobre la cama es tan grueso como tu dedo pequeño. La casa huele a humedad, y está oscuro afuera. Son las cinco de la mañana y el sol todavía no sale, pero tengo que ayudar a mi padre en nuestra granja antes de ir a la escuela”. Probablemente, el respeto hacia lo que tanto le apasiona sea lo que le mantiene como un animal competitivo. Se sustenta de cada minuto y oportunidad.
Aunque es evidente la problemática defensiva que envuelve al Atleti, el Barça no marcaba cuatro goles desde el mes de agosto. Cautivó con su primer tiempo dando velocidad al balón, con profundidad, rupturas y un efectivo cambio de chip tas pérdida. También supo sufrir tras la expulsión, cerró muy bien por dentro y no dejó que se evidenciara la superioridad numérica que pudieron ejercer los del Cholo. Mostró una actitud que es la que le puede llevar a ser competitivo de nuevo. El Barça podría estar en un punto de inflexión y Dani Alves ser uno de sus grandes argumentos. Ha vuelto el querido Peter Pan, el niño interior que sonríe, el fútbol de calle, la samba, el amor por la pelota. El recambio de aquel Dani Alves que tanto se buscó y seguía estando exactamente en el mismo lugar. ¿Qué hay de nuevo, viejo?