En la vida encontrarán pocos nativos más orgullosos de su tierra que un leonés. Probablemente nadie. Créanme. Marcho -bien me entenderán allí esta expresión tan suya- siempre que encuentro la ocasión de desconectar del bullicio de Madrid. León es mi segunda casa. Un enclave perfecto para perderse. Me enamoré perdidamente hace ya muchos años de esa maravillosa ciudad. De su gente. De cada uno de sus rincones. Del barrio Romántico y del Húmedo.
Allí tengo un pellizco muy especial de mi familia y muy buenos amigos. Amigos para siempre. Amigos que me acompañaron por primera vez en un trayecto que les aseguro lleva al cielo: desde la Plaza de Santo Domingo hasta la Catedral, atravesando toda la calle Ancha. Desde entonces, y hasta hoy, nunca más pude despojarme de la esencia de León. Inténtenlo. Les resultará imposible. Como imposible era pensar que la Cultural Leonesa resurgiría de sus cenizas. Algo impensable otrora, y que, por fin, tras años de desidia e inmensas dificultades, ha sucedido. El león está de vuelta. Ruge de nuevo. Y con más fuerza.
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León es tan especial que allí el deporte rey es el balonmano. El Ademar ha sido, es y será por siempre referente a nivel nacional. Como sucedió con el extinto Baloncesto León. El fútbol siempre ha estado en un segundo plano. Casi olvidado. Hasta el punto de ver a la Cultural Leonesa en Tercera División tocado y casi hundido. A punto de desaparecer.
Trascendental fue la aparición, sobre la bocina, pocos años atrás, de Felipe Llamazares y Adolfo López. Ambos aparecieron en uno de los momentos más delicados de la historia de la entidad y salvaron el sentimiento de los más fieles soñadores que siempre creyeron en este club. Una vez recuperada la estabilidad, apareció, en el verano de 2015, el gran propulsor de esta nueva Cultu: Aspire Academy, un conglomerado catarí que insufló una gran inyección económica con el objetivo conjunto de formar jugadores y ascender a Segunda División. Y ahí está la Cultural. Ahí está León. Ahí está su Reino. Orgulloso de su equipo. Por primera vez en mucho tiempo.
Es el momento de la ‘Cultu’. Es indudable. Ahora o nunca. Su gente vuelve a hablar entre dientes en las calles, en los bares, entre corto y corto, de ascenso, esa palabra maldita que aún se pronuncia con cierto recelo. Con el miedo y la incertidumbre que generan épocas pasadas, pero con la ilusión inusitada que ha despertado el nuevo proyecto. León merece ser de plata. Caminen por sus calles y entenderán el porqué. Visiten la Plaza de San Marcos, la Basílica de San Isidoro o siéntense junto a Gaudí a ver su Casa Botines.
La oportunidad es única y sería frustrante desaprovecharla. Cierto es que nada ni nadie asegura el éxito, y más en una categoría tan dura, pero León tiene todos los ingredientes para llevar en volandas a la Cultural a Segunda División. Y el equipo la materia prima adecuada: Rubén de la Barrera, un entrenador joven, pero con una proyección incalculable, y una plantilla con una calidad fuera de toda duda. Ni falta hace decir que ahora toca estar juntos, más que nunca, porque solo existe una manera de lograr el ansiado objetivo. Y quien reniegue, que se acerque a visitar la estatua de Guzmán el Bueno, a ver qué le dice…