Esteban GÓMEZ – Nadie entra en la Historia por ser protagonista de un suceso simple, sin más. Los grandes nombres siempre serán recordados por lograr hitos al alcance de muy pocos, haciendo que el haz de su figura brille de por vida, casi de forma eterna.
Sentimientos, casi amorosos, idénticos al que se puedan crear en relaciones sentimentales. Nace un nexo de unión casi innato, de la nada, natural. Es por ello por lo que un seguidor del fútbol cualquiera sabe casi de forma natural, por casualidad, por un hecho concreto, que tendrá simpatía y cariño hacia un equipo, hacia unos colores.
El mundo del fútbol mueve sentimientos, casi por encima del propio deporte, casi superando cualquier barrera de lo emocional. Es por ello por lo que semanalmente millones de personas siguen de cerca la actualidad (en todos sus aspectos) del fútbol. Clubes que cuentan con jugadores estandartes, estrellas, ídolos absolutos de la grada, que les convierten en focos directos de sentimientos.
Frank Lampard no renovaba su contrato la pasada temporada con el Chelsea, poniendo fin a la etapa más gloriosa y existosa de su carrera deportiva, tras 13 campañas defendiendo el 'blue' de su camiseta. Su destino sería el fútbol estadounidense, fichando por una franquícia que todavía no contaba con casi jugadores en su plantilla, iniciando así una 'exótica' nueva etapa, dejando atrás sus mejores momentos como futbolista.
Sin embargo, el destino le tendría guardada una sorpresa. Pero no una sorpresa cualquiera. Un secreto que a día de hoy se ha convertido en casi una pesadilla, casi en algo desagradable, que le convirtió en uno de los grandes protagonistas del fin de semana.
Lampard llegaba cedido al Manchester City (dueño de la franquícia estadounidense), hasta el mes de Enero, para no perder el ritmo de competición y mantener la forma física entrenando y formando parte de una de las grandes potencias de la Premier League. A priori, no llegaba para ser determinante, ni siquiera para ser titular, pero el destino le tendría preparado algo inesperado.
El Chelsea visitaba el Etihad Stadium en el gran partido del fin de semana en Inglaterra. Un duelo de altos vuelos, con la visita del intratable líder del torneo frente a un Manchester City que parecía rendir por debajo de lo esperado. Y las cosas parecían ir bien para los de Mourinho. Tras una contra de libro, llevada a la perfección y finalizada por Schürrle, los Blues lograban adelantarse en el marcador. Y no sólo eso, ya que los de Pellegrini jugaban con diez, por la expulsión de Zabaleta.
El camino del Chelsea parecía seguir siendo brillante, pero no. Bombazo. Escalofrío. Se relentizó el tiempo. Por la mente de todo aficionado Blue pasaron imágenes del pasado, nada que ver con lo que presenciaban realmente. Un antagonismo sensorial. La pareja que tanto habían amado estaba coqueteando con uno de sus peores enemigos. En su cara, delante de ellos. Querían llorar, pero reir. Habían encajado un gol, pero necesitaban gritar por su ídolo. Sí. El fútbol es caprichoso, y el destino mucho más.
Frank Lampard marcaba el gol más triste de su carrera deportiva. Él, no había otro. El ahora jugador del Manchester City marcaba al club del que todavía es leyenda como máximo goleador histórico, del que todavía guarda sus mejores noches como recientes.
Lampard empataba el partido en el minuto 85, haciendo estallar en júbilo al Etihad Stadium, pero todo se congeló. La felicidad no entraba en sus planes. Casi hundido, triste, no celebró el gol. El contraste era absoluto. Un plano televisivo que generaba éxtasis en el ambiente, pero él quedaba inmóvil. El sector visitante quedaba petrificado. Primero, por el gol, se les escapaba la victoria. Segundo, porque había sido él. El ídolo, uno de sus amores futbolísticos.
Aquel gol supuso el empate 1-1 final. Pero sus planos no acababan. Tras el pitido final, llegaría el momento de saludar a ex-compañeros que habían sido parte de rutina hasta hace pocos meses. Se despedía de la afición local, pero la vida le brindó la oportunidad de despedirse de 'su' afición. Lampard se dirigió al sector visitante, donde todos le esperaban, donde pancartas de "Lampard is a Legend" le recibían luciendo con orgullo, donde el famoso cántico de "Super Frankie Lampard".
Fue la imagen del fin de semana. El ídolo que privó a los suyos, pese a pertenecer al Manchester City, de seguir ganando, el ídolo que quitó dos puntos al Chelsea. Lampard vivió uno de sus momentos más amargos. Pero el contraste llamaba al elogio. Profesional absoluto. Un ejemplo para muchos.
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