En una ciudad con alrededor de 50.000 habitantes, es complicado llenar un campo. Es complicado porque no todo el mundo es del equipo de la ciudad, porque a no todo el mundo le gusta el fútbol y porque no todo el mundo se puede permitir gastarse 60 euros cada dos semanas -o cada semana-.
Y eso que el Villarreal es el club de los abonos baratos. El que premia la fidelidad por encima de todo. Y uno de los equipos que mejor juega en España y diría que en Europa. Ni así, ni jugando a lo que exige el espectador, ni cosechando resultados que te hacen ser el cuarto mejor equipo del país, El Madrigal consigue llenarse.
Incluso cuando el campo, con capacidad para 25.000 espectadores, roza el aforo completo, no llega a ese punto de olla a presión. Nadie habla de El Madrigal como un estadio al que temer. Cuando ves mucha gente con abrigos de color negro o camisetas de cientos de colores diferentes, y apenas abren la boca, las piernas tiemblan menos o directamente no tiemblan.
Sin embargo, los resultados del Submarino han sido casi perfectos esta temporada en su estadio. Ni Real Madrid (1-0), ni Barça (2-2), ni Atlético (1-0), ni Athletic (3-1), ni Sevilla (2-1) han conseguido ganar allí esta temporada. Pero son los jueves, los días de Europa League, esos días laborales de otoño e invierno que tanto cuesta arrastrar a la gente a un estadio, cuando ha sido imposible batir a los de Marcelino.
Y es que los partidos de los amarillos en El Madrigal se han contado por victorias en competición europea. 1-0 al Viktoria Plsen, 4-0 al Dinamo Minsk, 1-0 al Rapid Viena, 1-0 al Nápoles, 2-0 al Bayer Leverkusen, 2-1 al Sparta Praga y 1-0 al Liverpool. 12 goles a favor y uno solo en contra. Un balance espectacular a un rendimiento impresionante.
Pero ante el Liverpool fue distinto. El Villarreal necesitaba más que nunca a su afición, a su estadio. Y éste respondió. Respondió desde por la mañana, cuando una charanga y un Submarino flotante surcaba por las calles de Vila-real. Respondió al mediodía, cuanto todas las peñas, hermanadas, comieron juntas para unir fuerzas por un objetivo común. Respondió por la tarde, con una nueva charanga, y un recibimiento al autobús amarillo que no se olvidará en la historia. Y respondió en el campo, siendo el jugador número 12 con el que Marcelino siempre soñó.
25.000 personas acudieron a animar a su equipo en busca de la primera final en sus más de 90 años. Un jueves. Un jueves lluvioso. Un jueves lluvioso en una ciudad de 50.000. Llenaron El Madrigal para ahogar los cánticos de los aficionados reds -unos 2500- que no cesaron ni cuando Adrián López hizo el gol en el 92′. Con las bufandas amarillas ondeando durante todo el partido, parecía como si los groguets quisieran demostrar que podían ser incluso mejor que los aficionados del Liverpool. Incluso mejores que una de las mejores aficiones del mundo.
Y lo fueron. El gol de Adrián, el control de Denis Suárez, el balón de Bruno que inició la jugada… todo fue a partir de un empujón final, de un grito unánime. El Villarreal está más cerca que nunca de una final. Porque cuando El Madrigal juega, no hay nadie que lo detenga.