La primera Liga española que recuerdo con nitidez, por haberla seguido de principio a fin, fue la 2003-2004. Entonces el Valencia se proclamó campeón, y el máximo goleador del torneo fue Ronaldo Nazario, que hizo 24 tantos. Me pareció una cifra considerable, del que por entonces era el mejor delantero del mundo. Fue su mejor registro en los cinco años que estuvo en el Real Madrid.
Al año siguiente, Diego Forlán se proclamó ‘pichichi’ con un gol más (25), ganando también la Bota de Oro empatado con una de las mayores estrellas del momento, el francés Thierry Henry. En los siguientes tres años, los máximos anotadores fueron, por este orden, Samuel Eto’o (26), Rudd Van Nistelrooy (25) y Dani Güiza (27). Recuerdo la sorpresa con el por entonces jugador de Mallorca. ¡27 goles! El mejor dato en la Liga en un lustro.
Ese mismo año Raúl González firmaba 18 goles, 23 en todas las competiciones, que le acercaban a lo máximo que puede aspirar un delantero en la casa blanca: ser el mayor anotador de la historia del club. Lo logró en la temporada siguiente, en Gijón, ante el Sporting. Hizo un doblete y superó a Di Stéfano. Siguió marcando hasta alcanzar los 323 goles, una cifra mayúscula, elevada a la categoría de leyenda del fútbol. El ‘7’ se puso a la altura de Nordahl (máximo goleador del AC Milan, con 221), Ian Rush (Liverpool, 346), Paulino Alcántara (Barça, 369), Giuseppe Meazza (Inter, 284), Piet van Reenen (Ajax, 273) o Bobby Charlton (ManU, 249). Todos ellos, delanteros de otra época.
Pero entonces llegó él. El Real Madrid pagó 96 millones por el jugador más desequilibrante del planeta -con permiso de Messi-. Fichó a un hombre que en el Manchester United demostró desborde, verticalidad, excelente golpeo de balón y, en los últimos años, una capacidad asombrosa para marcar goles. Había reconvertido su juego para confirmarse como un jugador omnipresente en todas las zonas de ataque, pero siempre acabando la jugada. Daba igual la forma. Desde fuera, sin ángulo, de tacón, de volea, de cabeza e incluso con el pecho. El nuevo crack del Real Madrid estaba destinado a destrozar todos los registros posibles.
Ya dio muestras de su olfato el año en el que Güiza fue máximo goleador en España. Cristiano Ronaldo se hizo con la Bota de Oro firmando 31 goles en Premier League, 42 en total a final de campaña. En su primer año en la casa blanca firmó 33 tantos, pero se perdió dos meses de competición por lesión. Explotó a partir de la segunda temporada, en la que marcaría 53 goles en 54 encuentros. Raúl, en su mejor temporada en el Madrid, hizo 21 tantos menos.
Nunca bajaría de ese estratosférico nivel. 60-55-51-61 serían sus números en las cuatro siguientes campañas. El único jugador en la historia del fútbol capaz de firmar más de 50 goles en cinco años consecutivos. Ganador de cuatro botas de oro y tres trofeos ‘Pichichi’, aplastó a las grandes figuras de un club histórico y centenario a la velocidad del relámpago. Hugo Sánchez, Santillana, Butragueño, Gento, Puskas, Amancio, Di Stéfano… y Raúl. El madrileño logró sus 323 goles en 741 partidos. Cristiano ha conseguido 324 en 431 encuentros menos.
Consideramos en su momento el logro de Raúl casi como una gesta. Algo de otra época -Di Stéfano no se movió del primer puesto en 45 años-. Lo de Cristiano, se veía venir desde hace años. Antes 25 goles en una temporada era un éxito rotundo. El portugués suele alcanzar esa cifra a mediados de enero. Si un delantero marcaba un gol cada dos partidos, puede que fuera el mejor del mundo. Si Cristiano se queda un partido sin marcar, ha entrado en crisis anotadora. Estamos tan acostumbrados a que marque con facilidad, a que haga más goles que partidos jugados, a que bata récords y gane trofeos individuales, que lo vemos casi tan normal como el que va a comprar al supermercado.
Pero no, lo de Cristiano Ronaldo no es normal. Es una proeza sólo al alcance de un ser superdotado. Al alcance de una leyenda. Y lo ‘normal’ es que aumente la cifra y la eleve tan alto que puede que nadie la supere nunca. Lo ‘normal’ es que gane su quinta, sexta o séptima Bota de Oro. Y lo ‘normal’ es que, con permiso de Messi, se convirtiera en el máximo goleador histórico de la Liga española. Pero, que le quede claro a todo el mundo, nada de esto es normal. Es una soberana locura.