Cuenta Julio Salinas en uno de esos blogs personales tan en boga hace un lustro y que tan lejanos e insulsos nos parecen ahora, que durante su etapa en el Atlético de Madrid le picó el gusanillo del ajedrez gracias a que su compañero Quique Setién era un auténtico enfermo del juego. Tanto que el exdelantero del Dream Team se vio casi obligado a comprarse la misma computadora que tenía el cantábro. Y cuenta, además, que Setién le hablaba muy a menudo de defensas siciliana o francesa, que le decía nombres relacionados con jugadas o movimientos específicos que él no había escuchado en su vida, y que una vez, incluso, Quique Setién le hizo tablas al mito Gary Kasparov en una de esas partidas simultáneas que juegan los maestros.
Lo pedían los creadores de opinión del facilón blanco o negro, los retóricos del chillido protestón de los que, por desgracia, hay uno cada dos o tres butacas. Y Setién, para sorpresa de muchos, ha demostrado tener cintura. Y la capacidad como estratega y como pensador de alguien que fue capaz de hacerle tablas al mayor campeón de ajedrez de todos los tiempos bien merece el riesgo de otorgarle cierta confianza. El entrenador bético no varió en absoluto sus propósitos estilísticos, como era sobradamente evidente, sino que los acentuó y les añadió una alternativa plausible que fue causante de que el Betis recuperase, especialmente durante la primera media hora del partido ante el Atlético de Madrid, todas y cada una de sus constantes vitales (salida limpia, presión adelantada, circulación ágil, dominio posicional…) y las hiciese rayar a su máximo de pulsaciones.
Es curioso que una nueva derrota en casa, que se une a una nefasta dinámica de dos puntos de los últimos dieciocho posibles, haya sido desencadenante para que el beticismo en general vuelva a creer en el juego de su equipo, al tiempo que el propio equipo hace lo mismo. Y es que esa primera media hora tan notable y valiente, en un momento anímico tan bajo y ante la élite defensiva del continente en el último lustro no puede caer en saco roto. Y no lo hará. Setién se posicionó de forma diferente, aparcó ligeramente el metódico 4-3-3, se decantó por reforzar más la parcela ancha y se inventó una solución muy creativa, con Fabián como falso lateral derecho en salida, lo cual dio muchísima amplitud, seguridad, fluidez y facilidad para salir con la pelota controlada desde los primeros compases: la base de todo lo que quiere construir este Betis en una más que posible nueva vía a seguir en los próximos encuentros.
A todo ello, se sumó el regreso de un Feddal que hace mejor a Mandi, a la zaga y al equipo en su conjunto por una mera cuestión de confianza y transmisión ferviente de la misma; se evidenció que la instauración de Boudebouz como pieza clave es fundamental para el futuro inmediato por la elevada creatividad potencial que posee entre líneas y que para sacar rédito constante de ella, el argelino requiere ir hallando su espacio con la acumulación de partidos y que el resto sepa también compensar la que debe ser una agitación provechosa para todos.
Asimismo y pese a que Camarasa volvió a demostrar que sufre muchísimo cuando le toca actuar de organizador e iniciador y que el equipo se resiente de su eventual escasa capacidad para percutir a través del pase con tino, el debut liguero del canterano Julio Gracia supuso una fantástica noticia, ya que mostró rápidamente que sus cualidades son ya lo suficientemente óptimas como para que el míster pueda tirar de ellas y para que el circuito asociativo, el dominio en la mitad rival, el afán recuperatorio, y el pase vertical que deben vertebrar todo el sistema en su corazón no se resientan sino que, incluso, se refuercen en los minutos que le toque jugar.
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Evidentemente, en una racha tan negativa, no todo son noticias alentadoras. En el Betis hay un vagón claramente descarrilado, de nombre Sergio León, al que urge volver a enganchar para aspirar a recuperar la velocidad de crucero. Al equipo, con el cordobés como referencia, le está faltando pegada, vías más sencillas y directas para llegar a gol y parece requerir siempre de una brillantez supina para hacer diana, por lo tanto tiene que repensar cómo propiciar, invitar y provocar más a menudo al adversario para que le venga a apretar, para que este se desordene tras hacerlo y para que el Betis sepa, sin desordenarse él, aprovecharse de las transiciones ofensivas, mezclar ambos estilos eventualmente y Sergio León, por fin, en un catálogo de desmarques que también incluya movimientos más largos y con mayor ventaja espacial y le permita mostrarlos en al menos dos o tres veces por partido, vuelva a generar las sensaciones que generaba en Pamplona el año pasado y en el inicio del presente curso: las de un delantero capaz de ser tan autosuficiente como determinante, especialmente atacando el espacio desde unos metros más atrás.
«Lo que necesitamos es creer en algo. No hay que perder la fe en lo que estamos haciendo. Construir algo es muy difícil, construir un edificio puede llevarte años y basta una carga de dinamita para destruirlo. El camino no es fácil. Hemos empezado un camino en el que todos estábamos convencidos de querer una idea de juego con la que identificarse. Todos queremos ganar, claro, pero a través de jugar bien es mejor que a través de jugar mal. Quien se hunda con los tropiezos y las dificultades que uno se va encontrando, no llegará nunca a nada. Quien las supera puede seguir mirando a la meta. Y la meta es quedarme aquí muchos años, conseguir que este equipo juegue bien al fútbol y que a través de ello seamos capaces de darle a nuestra afición, al sentimiento que hay aquí, los resultados para que se sientan orgullosos de su equipo»
Quique Setién en la previa del partido ante el Atlético
Decía Gary Kasparov que el ajedrez es un modelo exacto a la vida, que lo que nos sucederá en el futuro no depende sólo del pasado, sino de hasta qué punto lo hayamos comprendido, hasta qué punto hayamos aprendido de él, de sus embustes y de sus vicisitudes, de nuestros palos de ciego, errores y temores, de las oportunidades que todo ello nos ofrece; y que la creatividad, la imaginación y la intuición para encontrar soluciones, unidas a un carácter firme, son más indispensables si cabe que los propios conocimientos profundos del juego. Es verdad, creer en el juego no es en absoluto suficiente, pero creer en esta forma de jugar y hacerlo de esta manera tan racional, sentida y convencida es un refugio en medio de la tormenta, una mano tendida a uno mismo a la espera de que escampe y la posibilidad real de que la ansiada próxima victoria suponga un esperanzador reinicio.
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