“Con esfuerzo puedes llegar a cualquier lado”. ¿Cuántas veces te lo han dicho? Estoy seguro: más de una vez. Hoy, tras muchos años con esa idea en la cabeza, el mantra se dispersa entre los más jóvenes que juegan en nuestro fútbol. Tanto en regionales como en la base. No solo se esmeran con ese argumento, sino que van al siguiente nivel. El autoengaño es tal, que verse entrenando una tarde lluviosa es suficiente para reclamar un lugar en el equipo. “Tenía un cumpleaños y fui a entrenar”, espetan con desesperación. Debería ser suficiente para ser el mejor. Pues no.
Esforzarse no es suficiente. Evidentemente, las dos estrellas que disputarán la final del Mundial, donde todos querríamos estar, han tenido que dejarse la vida para llegar a la posición en la que están. Nadie les ha regalado nada, pero en su carrera ha habido una serie de situaciones que les han favorecido: la suerte, las características físicas y la habilidad que debe tener una estrella desde la cuna. Hay cosas, como vosotros sabéis, que no se pueden explicar. Pero que son una realidad: algunos han nacido para jugar a esto.
Mbappé y Messi son dos milagros. Ya desde muy pequeños demostraron a los técnicos que les entrenaron que tenían algo, llámale lo que quieras, que otros no podían ni soñar. Pese a ello, los dos astros en algún momento han querido decir a sus seguidores que “todo se puede conseguir con trabajo”. Ojalá: millones de futbolistas estarían ahora triunfando. Aquí solo queda concluir con lo que le decimos a muchos niños que preguntan, con pasión, si ellos podrán dedicarse a jugar al balompié cuando sean mayores: “Solo hay un Messi”.
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