Domingo ORTIZ – Servicio de dos platos. Un primero jugoso con salsa tártara que hizo al paladar que sintiera frenesí y un segundo que acabó haciéndose bola. El golpetazo en boca que provocó el sabor de los primeros 45 minutos deja la ilusión de la pretemporada intacta, un equipo con las ideas claras, aunque en pañales, y la sensación de atino con el entrenador. Pero el Ramón Sánchez Pizjuán está embrujado. Al menos es lo que queda viendo lo ocurrido estos últimos diez años. Cuando más sazonado y suculento estaba siendo el bocado, cuando apetecía engullir casi sin masticar, apareció un pequeño bichito en la lengua. Tocó escupirlo. El Sevilla, desarbolado por momentos por el Valencia y al que Piatti le había perdonado la vida en tres ocasiones, se encontró con el gol en el minuto fatídico, en el ominoso y funesto momento psicológico. El minuto 44 fue el de la espalda de Barragán. Iborra filtró con el exterior un balón maravilloso a Bacca. El colombiano tuvo la paciencia de ver a Aleix Vidal y el ex del Almería acabó batiendo a Diego Alves. Aunque le costara dos intentos. Incredulidad máxima al ver el atuendo de injusticia desfilando por el Pizjuán. Con nueva colección.
Podría volver a vociferar, haciendo sangre con Barragán y Piatti, que se necesita lateral derecho titular con apresuramiento y un puñal afilado en banda izquierda y no un cuchillo sin dientes, pero quiero centrarme en Rubén Vezo y José Luis Gayà. El partido del portugués fue imponente, su primera parte impoluta y su futuro más que esperanzador. Con un soberbio ‘escorpión’ Otamendi a su lado, su crecimiento sigue su curso y ahora es Mustafi quien tendrá que intentar desplazarlo del once. El de Pedreguer no deja de sorprenderme. 19 años, pocos minutos en primera y la idoneidad y suficiencia de llevar diez años al máximo nivel. Lo tiene todo para sobrepasar a Jordi Alba y Bernat a máxima velocidad. Ahí, por la izquierda, sí hay lateral. Para muchos años.
El guiso del segundo acto acabó con la carne deshilachada entre los dientes y la zanahoria dura como un pedrusco. Fueron los de Emery, quien estuvo “brillante” con el cambio de Banega en las postrimerías, los que atrincheraron al Valencia con mayor comodidad. Vitolo comenzó a sentirse placentero y su conexión con Bacca empezó a preocupar. El Valencia no salía de la cueva, le costaba enhebrar tres pases consecutivos. Y más que parecía que iba a costar cuando un minuto después de la incorporación de Rodri De Paul, el argentino fue expulsado con roja directa. Un braceo que intentó quitarse de encima a Aleix Vidal acabó en su pómulo. Entendiendo al colegiado madrileño Del Cerro Grande se penalizó la puntería. Nada más. Quinto año consecutivo con inferioridad numérica en Sevilla. Al menos en la cocina se seguía cocinando. Y quedaba el postre.
Parecía utópico. Un Valencia con diez, con la gasolina justa de un inicio de temporada y en un escenario donde las velas negras deben ir baratas, se agarró al corazón de la propuesta de Nuno: “no nos vamos a rendir hasta que no se pite el final”. Orban salió por André Gomes para formar una línea de tres centrales adelantando a Gayà y acabó siendo adecuado. Parejo y Rodrigo conectaron cerca del área. Otamendi remató y el escudo del pecho de Lucas Orban hizo el resto. Merecimiento absorbente e imperioso.
Ir a Sevilla es visitar a una ciudad extraordinaria, pisar el Ramón Sánchez Pizjuán es andar por uno de los restaurantes que al Valencia más le rasca el bolsillo. Principalmente por caro. Pero no se comió nada mal y hubo dinero suficiente para pagar. El que espero saque Peter Lim de la cartera para traer a Enzo Pérez y a un delantero de campanillas. Es necesario. Como el cenar a la luz de la luna al borde del Guadalquivir.
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