Hoy es festivo en alguna que otra zona de España, pero es viernes de Pluma. Lo más extraño de todo es que sea viernes sin fútbol de primera división. Desde hace mucho nos acostumbramos a que el balompié nos acompañara incluso el día en el que se salía antes de que nos bombardearan con la distancia social y ese virus raro que no nos preocupaba. Sí, esa enfermedad que cuando estaba en Italia nos decíamos que tranquilos, que aquí no iba a llegar. El resto ya nos lo sabemos.
¿Qué tendrá que ver con el fútbol? Mucho. Esta sociedad que hemos construido, donde expiamos nuestros pecados subiendo una foto a Instagram, está acostumbrada a que nada malo ocurra. A una sensación de seguridad demasiado perra porque el peligro, queramos o no, sigue estando cerca. Sin embargo, por muy tranquilos que estemos puede haber un hijo de puta a la vuelta de la esquina. También creemos que el dinero no podrá superar ciertas barreras éticas que existen en el deporte. No puede ser. No nos lo van a quitar de las manos. Mientras, ya nos lo han apartado desde hace un rato despistándonos por un lado para acabar en el otro. Como en el propio deporte.
No se juega el viernes por alguna razón. Imagino que será porque entre semana los futbolistas han tenido que cargar unas piernas que ya van justas desde hace tiempo. Algunos no han tenido vacaciones. Sin embargo, ese no es el mayor problema. Martes, miércoles y jueves se han disputado encuentros a las 22:00. El público, aunque sea reducido, ya ha vuelto. ¿Quién pretende que los aficionados más jóvenes, esos que se supone que están más interesados en lo que diga Ibai en vez de lo que haga el equipo de su ciudad, vayan al estadio con esos horarios? Saben que el día siguiente tendrán que seguir con sus rutinas. Si ya es difícil verlo por televisión, como parece que los máximos dirigentes quieren, imaginen ir al estadio. Y luego hay cosas que no se explican. Imagino que realmente ellos saben lo que ocurre; que la idiotez no es lo que los domina. Es, simplemente, codicia.
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