Alejandro CENTELLAS – En lo que tardó la Real Sociedad en comprender que lo de las camisetas rosas iba en serio, el Real Madrid ya le había clavado dos goles. Cada uno de distinto perfil. El primero fue el fruto de una pareja, Kroos y Sergio Ramos, que va a dar más alegrías a la afición blanca que Tip y Coll. Ambos especialistas en lo suyo, uno en servir caramelos aéreos y el otro en ganar, por lo civil o por lo criminal, el balón en vuelo rasante. El gol de Bale, exquisito, pareció el advenimiento de una tormenta que nunca llegó.
Si el Madrid ha perdido criterio sin Di María ni Xabi Alonso se sabrá con el paso del tiempo. A juzgar por lo visto en la primera mitad, poco ha trastocado los planes. Con la segunda parte como referencia, parece una calamidad. Cuando el Madrid arrolló por tierra, mar y aire a la Real, Kroos y Modric fueron los mariscales, hasta que fueron perdiendo oxígeno y claridad de ideas. El potencial de juego que mostró el Real Madrid, se difuminó en el área, donde el Madrid da muestras de una preocupante debilidad. El primero fue de Iñigo Martínez después de rematar solo una peinada en el primer palo. El segundo vino de Zurutuza, que entró sin contemplaciones al área y remató con fuerza desmedida, a riesgo de la salud de sus costillas.
En ambos se dieron varias circunstancias: el buen acierto de los jugadores de la Real, la caraja defensiva y la problemática falta de jerarquía en Casillas. Un problema que está empezando a ser duro de asimilar, viendo al mejor portero del Mundial en los mullidos asientos del banquillo. El capitán ha perdido confianza en sí mismo, y la proyecta al grupo. Dubitativo en las salidas y con poco mando, se está viendo superado por el ambiente. Sin quitar culpa a la defensa, el papel de Casillas se debilita conforme pasan los partidos. Quizás los goles no tuvieron discusión, pero el portero ha perdido vitalidad y reflejos. Vive una marcha por detrás de los rivales.
Un extraterrestre que fuese de visita a Anoeta, podría decir que los humanos estamos locos. De una superioridad aplastante del Madrid, con dos goles a favor, y la sensación de que se le iba a hacer la noche muy larga a la Real, se pasó al empate y al momento de la Real. El descanso dio oxígeno y motivación al equipo local, mientras que al Madrid todavía le dolían los reproches del vestuario. Ganó confianza la Real y la escondió el equipo blanco (hoy de un insufrible color rosa). De Granero y Xabi Prieto salieron las mejores ideas, y con la entrada de Vela y Canales la Real se adueñó del balón. Era un partido distinto, como si el descanso hubiera durado un año y unos cuantos meses. Noche y día. Salió el sol en Anoeta y los nubarrones se asomaron por la cabeza de Ancelotti.
De nuevo, el mal endémico afloró. De un pase de la muerte, Zurutuza puso por delante a la Real. Y, otra vez, el mismo ritual: la defensa blanda en exceso, una Real jugando con gran criterio, y Casillas, indeciso, dejando un remate a bocajarro en el área pequeña, en la finca privada de los porteros. Luego vino Vela, con un control polémico, para poner el cuarto y definitivo. Por aquel entonces ya se le habían visto las calvas al Madrid: James desdibujado, Benzema pensando en Chicharito y Bale en un quiero y no puedo. Con el centro del campo perdido, la Real se hizo con el partido. Un partido que se vio demasiado negro, casi imposible, hasta que la calamitosa actuación en las áreas y el buen hacer de los de San Sebastián desequilibraron la balanza. La Real Sociedad respira y el Madrid se ahoga.
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