A la memoria me llegaban muy difusos recuerdos sobre montones de gente gritando y cantando, en un estado de euforia que no era el natural a los ojos de un niño, haciendo algo que a mí me parecía bastante lógico a mis cinco años en época de calor: bañarse y chapotear en la fuente de la bilbaína Plaza de Campuzano. Qué envidia.
Es mi primer recuerdo, difuso y fragmentado, de un Mundial. Los ingleses, acompañados de su inevitable aderezo alcohólico, habían desembarcado en la muy inglesa Bilbao para ver jugar a la Inglaterra de Peter Shilton, Terry Butcher y Bryan Robson frente a Francia, Checoslovaquia y Kuwait. Mi primer Mundial con uso de razón y capacidad de recordar y a la puerta de casa.
Desde aquel lejano 1982, he vivido, y algunas de manera especialmente intensa, nueve Copas Mundiales de la FIFA. Nueve acontecimientos que han ido jalonando mi vida, como la de cualquier otro aficionado al fútbol, y de los que guardo recuerdos imborrables ya no solo relacionados con partidos, jugadores o anécdotas alrededor del balón, sino también con escenas, momentos o situaciones originadas en torno al torneo. Esa clásica pregunta de ¿dónde estabas cuando Tassotti hundió la nariz a Luis Enrique? a la que todos sabemos responder sin vacilar.
Un fenómeno curioso y del que uno se va dando cuenta a medida que va cumpliendo años y va dejando poco a poco atrás esa etapa de la vida en la que cualquier nimiedad merece recuerdo, es que la memoria es terriblemente selectiva. Haced la prueba, los que ya habéis sobrepasado los cuarenta. Todos recordaréis a Eloy Olalla y esa pelota blandita y centrada para Pfaff, a Míchel mereciéndoselo, a Goiko burlando a Bodo Illgner (y a España entera), a Zubi desprotegiendo el primer palo o a, ejem, Gamal Al-Ghandour viendo cosas que vosotros no creeríais sin necesidad de irse a la Puerta de Tannhäuser. Sin embargo, hay una línea temporal a partir de la cual los recuerdos asociados a un Mundial se nos hacen mucho más borrosos. Y seguro que os cuesta mucho más recordar quiénes eran los rivales de España en la fase de grupos de 2006 o quién hizo el único gol de los nuestros en aquel sonrojante 1-5 ante Holanda en 2014. Quizá sea que las cosas ya no se vivan con la misma intensidad que cuando uno tiene veinte años. Porque lo que antes era merecedor de nota marginal para glosa de nuestras vidas, ahora ya ni siquiera alcanza la categoría de anecdótico y es una información que rápidamente desechamos.
Solo hay una cosa que permanece inalterable cada cuatro años por mucho tiempo que pase y muchos años que vayamos amontonando: la ilusión. La ilusión por lo extraordinario, por lo que solo acontece cada cuatro años y nada más que cada cuatro años. Por lo que marca de alguna manera el latir del ecosistema que se genera alrededor del fútbol durante ese periodo cuatrienal. La ilusión por vivir de nuevo un evento inimitable y con una trascendencia a nivel mundial para la que me cuesta encontrar ejemplos comparables. Y es un evento que, además, va indisolublemente asociado a un escenario, a una cultura, a un país, lo que lo hace más singular aún.
Mucho se ha hablado, escrito y documentado sobre la idoneidad, al menos moral, de conceder la organización de un acontecimiento de esta magnitud a un país como Catar. Un país sin tradición deportiva, un país con aficiones enlatadas como risas de teleserie, un país gobernado con un férreo modelo absolutista (no se asusten tanto, que venimos de Italia 34 y Argentina 78, así que lo de plegarse al poderoso no es nuevo para el fútbol), un país que ha organizado un torneo sin sostenibilidad ninguna, con estadios desorbitados e inversiones ingentes para diversión de quienes lo promueven. Es un Mundial manchado. Manchado por la corrupción que ha impregnado cada segundo de esta historia y manchado, sobre todo, por los varios miles de fallecidos que ha dejado el montaje. Es un Mundial que, de alguna manera, mancha nuestra ilusión. Nos hace sentir culpables por estar dispuestos a disfrutar de un evento único. El único consuelo que nos queda y que nos ayuda a enjuagar nuestras conciencias es pensar en que ya tenemos una edad y que todos esos momentos, asociados a este Mundial, se perderán en el tiempo. Como lágrimas en la lluvia.
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