Habían pasado varios meses desde mi cumpleaños, pero mi amiga Sara tiene por norma hacerme el pertinente regalo cuando menos me lo espere, para ver mi cara de sorpresa y mis ojos como platos. Era indudable que el paquete contenía una camiseta, y estaba seguro que era de fútbol. Rompí el papel de regalo en mil pedazos y la vi: La camiseta de la selección española. No una cualquiera, no. La primera que sacaron a la venta con la estrella del primer Mundial de nuestra historia.
Mentiría si dijera que esa fue la primera y única de mis camisetas de España (actualmente tengo cinco). Por eso decidí que ésta llevaría dorsal, para rendir tributo, como mínimo, a uno de aquellos 23 jugadores que nos dieron la alegría de nuestras vidas en Sudáfrica. Podía haberme decantado por Villa, el goleador. Por Iniesta, el que marcó el gol eterno. Por Fábregas, por Ramos, incluso por un Silva que apenas jugó pero por el que siento gran debilidad. Sin embargo, tenía claro que el nombre que quería ponerme era el de Joan Capdevila.
«El punto débil de España es Joan Capdevila, Italia tiene que aprovechar eso». Las palabras son de Carlo Ancelotti, por entonces técnico del Milan, dando su opinión en la Gazzetta dello Sport sobre la clave para que la Azzurra eliminara a la Roja en los cuartos de final de la Eurocopa 2008. Aquello se extendió como la pólvora. Muchos le dieron la razón. No se podía discutir a Casillas, Puyol, Silva, Torres, Xavi, Iniesta, Villa. Era fácil atacar a un jugador que era indiscutible en el lateral izquierdo jugando en el Villarreal y que no hacía el ruido suficiente. Fernando Navarro, por entonces en el Mallorca, era la alternativa.
Capdevila no era excesivamente rápido. Ni buen regateador. No era un Roberto Carlos, por así decirlo. La explosividad no era su fuerte. Pero corría como el que más. Su exitosa carrera se debe principalmente a su incansable esfuerzo, por mucho que el defensor catalán quiera atribuírselo a la suerte. No en vano, quiso llamar a su autobiografía ‘Los malos también llegan’.
Muy malo no sería para fichar por el Atlético con 21 años, ser lateral de SuperDépor y después del mejor Villarreal de la historia (subcampeón de Liga) antes de consagrarse en Austria, Suiza y Sudáfrica. No fue condecorado en ninguno de los dos torneos, pero los que saben de fútbol reconocen que su labor fue imprescindible para ambos títulos. «¿Usted sabe cómo lo paso con Iniesta, Xavi, Torres, Silva, Cesc, Puyol, Casillas…? Yo soy un jugador de segunda fila que ha tenido suerte«, dijo en una entrevista a El País previa al Mundial de 2010.
«No soy una estrella. Sé cuál es mi rol. Imagínate si son buenos que me hacen jugar bien a mí y todo. No hace tanto, nada, cinco años, no podía ni soñar en formar parte de un equipo de tanto nivel. Y ahí me tienes, nano. Les doy un melón y sacan petróleo”. Quizá alguien recuerde uno de esos ‘melones’ en 2008. Último minuto. Partido empatado ante Suecia. Capde agarra el balón y pega un puntapié de campo a campo que se va curvando hasta caer en las botas de Villa, que marca el 2-1 y mete a España en cuartos de final.
Ante Italia, los de Luis Aragonés no encajaron un solo gol y Capdevila apenas cometió un error. Lo mismo pasó ante Rusia y Alemania. Probablemente, fue el mejor lateral izquierdo de la Eurocopa con permiso de Philipp Lahm. Dos años después, Joan seguía siendo titular y conquistó el Mundial jugando todos los minutos en juego. Solo vio una amarilla, en la final, un 11 de junio que recordará toda su vida. «Es que no me creo que yo esté aquí ahora mismo, es que es imposible que un tío como yo esté jugando la final del Mundial», pensaba mientras recorría el túnel y veía la Copa del Mundo brillando, deseando ser levantada.
Han pasado siete años desde entonces, y Capdevila ha seguido jugando hasta el pasado martes. Ni siquiera una lesión de rodilla que le dejó seis meses sin fútbol le hizo abandonar. Con 39 años, y tras disputar dos partidos de Champions League con el Santa Coloma andorrano, cuelga las botas.
Ha jugado casi 400 partidos de Liga y 60 con la Selección, ha ganado los dos títulos más importantes en este deporte, se ha ganado el cariño incondicional en todos los equipos en los que ha estado (en Cornellá tiene una puerta con su nombre, los Riazor Blues le dedican un mosaico, en Villarreal pasó los mejores años de su carrera) y ha llevado siempre la humildad por bandera. «He vivido durante quince años en una nube», confiesa. Decían que era el peor jugador del once titular de la mejor España de la historia. Seguramente él mismo estaría de acuerdo. Pero a veces, los éxitos y los sueños no se consiguen solo con estrellas. El trabajo duro cuenta el triple. Por eso estampé su nombre y el dorsal número 11 en la camiseta que me regaló mi amiga Sara. Porque la filosofía de Joan Capdevila es a la que yo aspiro a vivir. Siento debilidad por ti Joan. Eres mi punto débil.
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