En Pasadena, el Rose Bowl fue testigo de una noche inolvidable en la que Botafogo, campeón de América, logró imponerse por la mínima al PSG, campeón de Europa. Fue un encuentro cargado de intensidad y emoción, donde la garra y el espíritu competitivo de los brasileños se impusieron ante un rival de gran jerarquía, devolviendo a Sudamérica la ilusión de competir de tú a tú con los grandes del fútbol mundial.
El guion invertido: PSG, protagonista sin premio
El PSG saltó al campo con la etiqueta de favorito y la obligación de demostrar que el peso del campeón de la Champions League. Desde el primer minuto, los de Luis Enrique monopolizaron la pelota, buscaron los costados, intentaron asociarse por dentro y, sobre todo, pusieron a prueba la paciencia de una defensa brasileña que no se dejó intimidar ni por los nombres ni por el asedio.
Pero la noche californiana tenía reservado un papel estelar para John, el arquero de Botafogo, y para una línea de cinco que se multiplicó para cerrar espacios y resistir las ofensivas de un PSG que, por momentos, pareció más un boxeador lanzando golpes al aire que una máquina de fútbol.
El golpe de Igor Jesús y la lección de efectividad
El fútbol, ese deporte que castiga la falta de contundencia, premió al Fogão en su primer gran acercamiento. Jefferson Savarino condujo con temple y filtró un pase para Igor Jesús, que dejó a los centrales parisienses en el camino y definió con la sangre fría de los elegidos. El balón, desviado en su trayecto, venció a Donnarumma y desató la locura en la tribuna albinegra.
A partir de ahí, Botafogo se aferró a la ventaja como un náufrago a su tabla. El PSG, herido en su orgullo, se volcó aún más al ataque, pero sus intentos se diluyeron en la telaraña defensiva tejida por Renato Paiva y sus muchachos. Ni los cambios de Luis Enrique ni el empuje de Kvaratskhelia y Doué lograron romper el muro brasileño.
Un triunfo que rompe rachas y paradigmas
Lo de Botafogo no es solo un triunfo; es un grito de rebeldía. Hacía 13 años que un sudamericano no vencía a un europeo en el Mundial de Clubes, desde aquel Corinthians-Chelsea de 2012. El fútbol de la Libertadores vuelve a imponerse, aunque sea por una noche, a la maquinaria europea.
