Este Betis ya no quiere ser como nosotros. Ni como tú, ni a buen seguro como yo. Ni como el compañero de curro. Ni como tu vecino en la grada. Ni como tu primo el de Coria. Este Betis ya no quiere ser como nosotros: carentes de grandes expectativas, plagados de cortinas de humo, trileros de nuestros propios pensamientos, ocultistas de nuestros propios miedos, mangoneados por jefes inútiles que no tienen ni la más remota idea de en qué consiste tu trabajo diario, constreñidos a una realidad ramplona por debajo de lo que realmente quisieras ser hasta creer que realmente no eres más que eso, en constante búsqueda, en constante espera. Un «aquí» como respuesta a un «cómo estás».
Este Betis ya no quiere ser como nosotros. Estoicos. Resilientes. Ultras o piperos. Contagiosos frustrados. Evidentemente escépticos. Temerosos del dios fútbol. Casi tan escarmentados como engañados. Coleccionistas de fiascos. Inventores de improperios. Catastrofistas y dañinos en la derrota, ventajistas y exagerados en la victoria, aunque ni más ni menos que cualquier otro hincha con o sin imperio. Mordedores de uñas, gritones, tribuneros, aleccionadores, especuladores, bipolares, desmesurados, sufridores en voz alta o en silencio. Creyentes radicales o radicales descreídos, a veces al mismo tiempo en el mismo golpe de segundero. Valientes de boquilla. Beatos del «échale huevos» en vez del «échale fútbol». Funambulistas del amor y el odio. Locos de la cabeza.
Foto | realbetisbalompie.es
Este Betis ya no quiere ser como nosotros. Ni parecérsenos. Porque si no ya estaría encargando a granel los parches europeos para las camisetas del año que viene, cantando victoria por los bares que más tarde cierren, construyendo castillos en el aire y no jugadas desde los cimientos, con un entrenador que saldría a apuntarse el tanto y a dar lecciones a rueda de prensa y unos futbolistas que estarían ya terminando de cincelar en piedra sus propios autorretratos, convencidos de ser los nuevos mitos imperecederos de la grada.
Este Betis ya no quiere ser como nosotros. De lo contrario, no tendría paciencia para tocar la pelota durante los minutos consecutivos que hiciese falta como vía para hacer gol cuando los caminos a él se estrechan, hubiese hecho ley del ‘patapúm p’arriba’ tras el fallo de Adán en Villarreal, se hubiese colgado en grupo del larguero mientras sacaba defensas al campo uno tras otro para amarrar desde el minuto uno el momentáneo 0-0 del Santiago Bernabéu, y hubiese caído en la más absoluta impaciencia tras la primera mitad ante un Levante que le tapó todos los huecos.
Este Betis se ha rebelado y así, paradójicamente, es como más y mejor nos representa: queriendo ser más y mejor que nosotros. La forma perfecta de representación de un equipo para con su afición no es la mímesis, sino la demostración diaria de estar por encima de las filias y las fobias, de las mil y una incongruencias de todos nosotros. Suponer y ser la encarnación explícita de hacer palpable lo que no era más que un tenue ideal, la manifestación rotunda de que se puede pensar en algo grande pensando en grande aun con los ojos abiertos, sin caer en ensoñaciones vagas, ni en quimeras absurdas y siempre de la mano de la coherencia, la cordura, el inconformismo, la creatividad, la personalidad, el genio y la perseverancia. Sin chillidos, lamentos, reprimendas, ni lecciones. Sin clavos ardiendo.
La pasión, el estadio como patria quincenal conjunta y un latido compartido durante noventa minutos. Eso es mucho más que suficiente. Eso es todo lo necesario. Por eso ahora cantamos, aplaudimos y reímos al salir del estadio. Por eso ahora cantamos, aplaudimos y reímos al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente, y al siguiente, y en la previa del próximo partido. Por eso ahora podremos cantar, aplaudir y reír también en la derrota sin sentirnos culpables. Porque por suerte, este Betis ya no quiere ser como nosotros. Ni falta que hace.
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