No está atravesando el Real Betis el momento de mayor lucidez futbolística de su sobresaliente ciclo actual y, sin embargo, su competitividad de primerísimo nivel ha seguido respondiendo a la altura o incluso por encima de las expectativas. Y lo ha hecho, principalmente, debido a la propia continuidad del ciclo, a la retención en verano de sus vigas maestras, a un uso permanente y eficaz de las rotaciones y a una concepción del juego tremendamente asentada que le permite moverse entre la estética y el pragmatismo como pez en el agua.
A pesar de las bajas por lesión de auténticos pilares (Juanmi, Fekir), del lío inicial con los no inscritos, de haber jugado demasiados partidos en inferioridad numérica durante demasiados minutos, de contar con una plantilla que debido a los límites salariales no ha podido reforzarse como seguramente hubiesen deseado tanto el técnico como la dirección deportiva y de tener que convivir con un calendario que te obliga a jugar cada tres días de forma ininterrumpida, el cuadro verdiblanco jamás ha perdido el encaje, la serenidad, el control ni la mayor cuota de dominio y peso en campo rival, incluso en los momentos más delicados.
El hecho de haber sacado 4 de 6 puntos posibles ante una Roma que partía como la favorita del grupo en la Europa League, de haber perdido solamente un partido en Liga en igualdad numérica y ante el Real Madrid y de no haber recibido ningún gol durante las dos horas y media en total que ha tenido que jugar con un jugador menos durante lo que llevamos de la presente temporada (aproximadamente 20 minutos ante Osasuna, 75’ frente al Celta y 60’ en Valladolid) ya habla a las claras del grado de madurez y solidez que ha alcanzado este equipo.
Y, por qué no decirlo, también de su grandeza competitiva. Un estatus que le permite mandar cuando lo normal es que dejase de hacerlo, mantenerse vivo cuando lo normal es que lo sacasen del encuentro y empatar o ganar en circunstancias totalmente adversas cuando lo normal es que se fuese a casa de vacío y no logrando finalmente algo mucho más valioso que uno o tres puntos: la enésima constatación de haber impuesto sus condiciones de juego, de haber seguido su plan y de haber condicionado el contexto desfavorable con sus atributos, convirtiendo una teórica desigualdad en una igualdad real.
Es cierto que al Betis 2022/23 le está faltando un punto extra de creatividad en fase ofensiva respecto al curso anterior. Y es lógico. La capa de invisibilidad de Juanmi tirando desmarques al área de manera indetectable y liberando todo el carril izquierdo para activar a Álex Moreno en carrera desde el costado opuesto (el lado fuerte con pelota), sumada a la ausencia de Fekir y su talento de época para esconder el cuero, atraer marcas, liberar zonas, activar espacios, salir de recovecos de donde nadie más está capacitado para salir y filtrar o filtrarse constantemente hacia el área están restando punch al equipo de Manuel Pellegrini.
Para compensarlo y siendo consciente del todavía amplio margen de mejora en este sentido, el Betis se ha ido aferrando a sus certezas defensivas. Una defensa entendida, eso sí, desde la proactividad. Una defensa que se basa en el equilibrio que otorga Guido Rodríguez a toda la estructura, en la calma de William Carvalho a la hora de progresar, en el buen pie de los centrales, en las apariciones puntuales pero decisivas tanto de Claudio Bravo como de Rui Silva, en la jerarquía por alto de Édgar para defender el punto de penalti, en la presión alta comandada por Borja Iglesias o en el ejemplo que da Canales mostrando que hasta el más superdotado técnicamente tiene que acometer persecuciones, estar encima del rival y arremangarse para echar una mano en la transición defensiva.
Decía Bruce Lee que no hay que tener ninguna limitación como limitación y que hay que buscar el equilibrio en el movimiento (del balón) y no en la quietud (de pertrecharse en el área propia). Y no cuesta demasiado imaginarse a Pellegrini en el vestuario, con ese aspecto de líder espiritual y de consejero tranquilo que las ha visto de todos los colores y que sabe que la calma y el control son sus mejores bazas en situaciones de máxima tensión, emulando al célebre maestro de las artes marciales con la consigna ‘be water, my friend’ por bandera cuando su equipo se ha quedado con un futbolista menos antes del descanso.
El agua se adapta a todo, pero sigue siendo agua. Siempre. En todos los contextos y en todas las circunstancias. Igual que este Betis ganador, propositivo, dominador, estable y ofensivo en aquellos determinados momentos del juego y de los partidos en los que quizá no puede ganar, proponer, dominar, estabilizarse y atacar como le gustaría, pero en los que nunca da por perdida su condición de equipo ganador.
Imagen de cabecera: @RealBetis