Ningún club de fútbol ha sido tan admirado en la última década como el Barcelona, así que puestos a construir de cero, qué mejor espejo en el que mirarse que el equipo liderado por Messi. El Manchester City era una entidad secundaria cuando el jeque Mansour bin Zayed Al-Nahyan, de Abu Dabi, lo adquirió en 2008. Ni era protagonista en la Premier League, que no ganaba desde 1968, ni se acercaba en influencia a su gran rival en la ciudad.
Por entonces, el Barcelona acababa de promocionar al primer equipo a su joven entrenador del filial, un ex futbolista de la casa que carecía de experiencia como técnico en la élite. De la mano de Messi, sin embargo, Josep Guardiola revolucionó un equipo que ya dos años antes había empezado a marcar su impronta liderado por Ronaldinho.
Durante sus cuatro años en el banco, el Barça conquistó 14 de los 19 títulos que disputó. Pero no solo eso, su estilo de juego fue alabado en todo el mundo e impregnó a la selección española que conquistó dos Eurocopas y un Mundial de forma consecutiva. La salida de Guardiola del Barcelona en 2012 coincidió con el primer título de la Liga inglesa del City en 44 años y el tercero de su historia. En 2014 llegaría otro. La brutal inversión financiera empezaba a dar sus primeros frutos, pero los árabes buscaban algo más que la victoria. Y ese algo más lo tenía el Barça.
Messi era una pieza inalcanzable, pero quizá sí se podría contratar a los arquitectos de aquel equipo temido y admirado. En aquel 2012, el presidente del club, Khaldoon Al Mubarak, fichó como director general del club a Ferrán Soriano, que había sido vicepresidente económico del exitoso Barcelona. El primer gran movimiento estratégico del ex directivo azulgrana fue llevarse a Manchester a Txiki Begiristain como director deportivo. El ex futbolista español había ocupado ese mismo puesto en Barcelona de 2003 a 2010, durante la presidencia de Joan Laporta.
Hacerse con Guardiola parecía el siguiente paso natural, pero el técnico catalán prefirió aceptar la oferta del Bayern Múnich e irse a Alemania después de un año sabático. Allí, su trabajo encontró las resistencias lógicas de un club legendario, dirigido por ex futbolistas y con tradiciones muy arraigadas. El mismo entrenador español calificó de «contracultural» su intento de imponer en Múnich su filosofía deportiva, basada en la posesión de la pelota y el fútbol control. Arrasó durante tres años en la Bundesliga, pero no logró el objetivo de la Liga de Campeones y dejó el club con sabor agridulce.
En Manchester, el español encontró el ecosistema perfecto para desarrollar sus planes. Protegido por Soriano y Begiristain, no hay corsé que le impida implantar sus ideas. Encantados con la lluvia de dinero y estrellas que trajeron los nuevos dueños árabes, los fans hace tiempo que se olvidaron de tradiciones. La primera gran decisión de Guardiola poco después de aterrizar en Manchester fue dar la carta de despido a Joe Hart, gran ídolo local y arquero de la selección inglesa. No hubo protestas. El técnico necesitaba un portero con buen pie para iniciar el juego, algo clave en su esquema, así que se fue a buscarlo al origen, a Barcelona.
Preguntó por el alemán André ter Stegen y por el chileno Claudio Bravo. Se llevó al segundo. El mensaje era claro: aquí se va a jugar a mi manera. «No tengo ninguna duda de que Guardiola transformará nuestro equipo para llevarlo a otro nivel», dijo el presidente del club tras el anuncio del fichaje del catalán de 45 años. Es decir, llevar al equipo a la conquista de la Champions League, llevar al equipo a la altura de su rival de mañana.
El organigrama técnico no es la única prueba, ya que la gigantesca inversión en la City Football Academy remite inmediatamente a la famosa Masia azulgrana. El City se enfrentó con el Barcelona las dos últimas temporadas en Champions League. Perdió en los cuatro partidos. Mañana se sabrá si llegó la hora de darle la vuelta al espejo. Recientemente, publicaba el New York Times:«El Manchester City sabe lo que quiere ser: el Barcelona». Y su titular no está muy lejos de la realidad.