Como si estuvieran rodando la nueva película de Los Vengadores, Messi y sus compañeros recorrían los túneles del 974 de Catar antes de saltar al césped para jugarse el billete de los octavos de final ante la Polonia de Lewandowski. El ‘10’, en el centro del plano, lideraba la comitiva escoltado, justo detrás, por sus incondicionales DePaul y Paredes. En un segundo plano, el ‘Cuti’ Romero, Julián, Pezzella, Acuña o Lautaro, seguidos por el resto del grupo. 25 discípulos bailando al compás de su líder espiritual en una imagen llena de mensajes que ha dado la vuelta al mundo.
No hay nada de aleatorio ni casual en una escena perfectamente estudiada. El gesto recio en la cara de cada jugador, la sensación de extrema concentración. Un grupo unido dispuesto a sacrificarlo todo por cualquier compañero y a morir por su capitán de filas, bien gestionado por un entrenador que heredó un vestuario deprimido y casi acostumbrado a perder en los días importantes y lo ha convertido en un colectivo que desprende una confianza inigualable y un carácter ganador único.
Hablando con argentinos tras la derrota en la primera jornada ante Arabia Saudí me sorprendió la tranquilidad en su discurso. Rebosantes de confianza y sin dar lugar a la posibilidad de quedar fuera en las primeras de cambio; dando por ganados los choques ante Polonia y México y sin dar señales de preocupación por la imagen mostrada en el campo. El espíritu de la selección ha contagiado a la gente, que ha pasado de ver un grupo frágil a tener un carácter ganador en tiempo récord.
Podríamos pasar horas debatiendo quién ha jugado mejor a la pelota en esta fase de grupos, sobre cuál es la mejor estrategia para campeonar en un torneo así de corto y en el que un error te manda a casa o acerca quién es la selección que tiene más alternativas en su dibujo. De lo que no creo que haya dudas es sobre, hoy por hoy, cuál es la selección que tiene la moral más alta y que dispone de más convicción para ser campeón. Un grupo que se lo cree, tenga más o menos argumentos, un país que siente que su momento ha llegado y un futbolista venerado que quiere terminar su misión para reposar en la eternidad.
Argentina, país espiritual, vive de emociones. Aimar rompía a llorar hace unos días cuando Messi, con un golpe de genialidad, conseguía perforar la portería del ‘Memo’ Ochoa, mientras que Scaloni derramaba lágrimas de alivio con la sentencia de EnzoFernández. Sentimiento ante todo. La escena de los jugadores saltando al campo antes de jugársela con Polonia está repleta de mística. Unión, respeto, concentración, actitud, compañerismo, química y liderazgo. Un nivel de oratoria sin igual.
Si le preguntan a un argentino qué sería capaz de hacer por ver a su selección levantar la Copa del Mundo el próximo 18 de diciembre en el Lusail Stadium de Catar seguramente le dirán que está loco, que es sólo fútbol. En la grada, hinchas que se han tenido que vender sus casas o dejar los trabajos con tal de estar animando a los suyos. En el campo, un grupo especial, consciente de que se encuentra ante la última oportunidad para convertir a su Dios en campeón del mundo.
Después de cuatro finales perdidas y un largo camino por el desierto, la Copa América del Maracaná fue el giro de guión definitivo. Ahora, un grupo ganador y rebosante de confianza ha contagiado a todo un país dispuesto a todo por tal de ser campeón y con un objetivo entre ceja y ceja: La Reconquista.