Toda
película de James Bond arranca con una apasionante persecución en la que una
milicia -o quién sea- intenta arrebatarle su barata vida. Da igual dónde. Ya
puede ser en un bosque, ciudad o laboratorio al agente siempre le acaba
salvando algo, incluso los relojes de marca. La historia del Southampton, sin
embargo, se narra de manera bien distinta. Le han dejado como un colador desde
el inicio de cada curso. El verano nunca le sienta bien al conjunto inglés y no
es por el calor, los mosquitos o por quedarse como una gamba del Garraf. Sucede
porque es el momento de un éxodo que asegura riqueza, pero también traumas,
jaquecas y mareos. A sufrir.
La
sangría de bajas de los Saints en los últimos años da para hacer un inmenso
número de infografías que muestran las buenas marchas en las que siempre ha
rodado el club costero, incluso aunque no estuvieran en la máxima categoría. Su
cantera ha producido un enorme número de jugadores que normalmente no han
acabado teniendo una larga carrera en el club. Su destino, previo pago de una
ingente cantidad de dinero, estaba lejos de St Mary’s. Y muchos de ellos
acabando en los grandes.
Quizás
en el último lustro la situación se ha acentuado de tal manera que incluso el
primer equipo ya no sabe dónde agarrarse. Ralph Hasenhüttl llegó tarde al filme
del equipo, con sus palomitas, tratando de superar los nubarrones con su simple
soplido. Él ya lo sabía, se lo habían comunicado antes de aceptar el reto, pero
no por ello iba a ser más sencillo: no iba a tener dinero para fichar en
invierno. Los jugadores que habitaban la plantilla debían levantar el propio
vuelo que ellos habían realizado sin mucho éxito. Con el cinturón abrochado.
Sin
embargo, al alemán no le ha importado un pimiento todo ello. Su engranaje suele
tener el mismo modus operandi que los átomos: estar bien juntos para que sus
funciones sirvan para llevar a los Saints al triunfo, a través de una defensa
sólida. El 5-4-1 del alemán refuerza una zaga que hacía aguas por todos los
sitios; sobre todo por la poca confianza de algunas de sus piezas. Y es que si
alguien cree que un sistema táctico no puede cambiar el ánimo del equipo que
hable ahora o calle para siempre. Sus centrales están mucho más seguros en cada
movimiento ya que, por ejemplo, Maya Yoshida sabe que si falla en el corte ahí
estará la fuerza de Jan Bednarek. Y lo mismo para Jannik Vestergaard. Son
arropados por ellos mismos.
En
el centro del campo la inteligencia de Oriol Romeu no sobra, especialmente
sabiendo que a su lado le acompaña un Hojberg alocado en algunas ocasiones,
pero con muchísimo fútbol en sus piernas. Los contraataques los orquesta un
gran lanzador como el bueno de James Ward Prowse. Tiene una diestra preparada
para lanzar faltas directas, córneres o penaltis y todo con el sello del equipo
de su vida. Made in Southampton. La sala de máquinas no es perfecta, pero tiene
un sinfín de argumentos para no sufrir. Más que mucho político.
En
las bandas -si a Hasenhüttl se le ocurre poner a alguien por delante de sus
carrileros- suele aparecer Nathan Redmond; que fructifica un flanco de altísimo
nivel con la compañía de Ryan Bertrand, un simple campeón de Europa. Sin
embargo, en el área contraria es donde esta historia puede acabar mal, lugar en
el que no caben las dudas. El equipo se está quedando corto en ataque ya que su
máximo anotador es Danny Ings, con 8 dianas. Al delantero inglés se le caen los
goles de sus bolsillos, pero su físico le ha dado más de un problema, que deja
al Southampton con la duda de su futuro en Premier League. Y eso son el tipo de
cuestiones que te matan porque no te dejan vivir. Hasta que todo acaba.
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