Romper con tu pareja siempre es
difícil. Persista o no el amor, el cerebro tardará en desacostumbrarse a lo que
le encantaba haberse acostumbrado. Y el corazón ya ni te digo. Un lugar
especialmente idóneo para encontrar el amor es Argentina, ese acento tiene algo
que tan solo escucharlo hace que se acerquen las famosas mariposas a dejarse
alcanzar. Pero un lugar idóneo para encontrar el amor también lo es para
perderlo, y hace tres años presenciamos como, sin todavía saberlo, rompería una
pareja de esas que piensas es perfecta. Para siempre. For ever.
19 de abril de 2015. Apenas
restaban unas vueltas para el final del Gran Premio de Argentina cuando
Valentino Rossi y Marc Márquez nos estaban brindado una carrera para ver,
volver a ver y enmarcar en un cuadro en tu habitación para no olvidar jamás.
Nos enseñaron lo que era el amor, por las motos, en concreto. Un cuerpo a
cuerpo precioso. El discípulo y el maestro. El relevo generacional. El hombre
que hizo conocido a MotoGP a varias generaciones y el niño que lo hará durante
las dos próximas décadas. Ya se habían demostrado el amor en público. Era la
historia de la que hablaban los poetas del romanticismo, dos cuerpos llamados a
quererse desde que se conocieron pero que, lamentablemente, como terminan las
historias de amor más intensas; se hizo lágrimas.
Un accidente, un lance de
carrera, ninguno quería pero se tocaron y Marc cayó a la arena. No era el
coliseo, nadie exigía perdedores, pero perdimos todos. Los fans de Rossi
intuían que Márquez quería evitar a toda costa el título de Valentino para poder
superarlo. Los de Márquez que Valentino ansiaba lo propio para que su mejor
alumno no alcanzase su doctorado. Lo cierto es que fue una temporada atípica
porque las caídas lastraron al de Cervera del título bastante pronto. Lo lógico
hubiera sido que los devotos del ‘93’ desearan, estando el suyo fuera de la
lucha, que ganase el Mundial su ídolo. Y también que los tifosi del ‘46’ vieran
enemigos en cualquier box excepto en el de Márquez. Hasta que llegó Australia.
La relación no gozaba de la
intensidad y emoción del principio pero todos pensábamos que se querían. Que
sería un bache pasajero. Al fin y al cabo era la historia de amor que todos
envidiamos, y no puede terminar. Pero a veces las palabras duelen más que los
propios actos, por lo que la conferencia de prensa previa a la carera terminó
con la relación antes de tiempo. Sin que ellos siquiera lo supieran. Valentino
insinuaba que Márquez se empeñaba en que él no ganase. Marc adelantó a Lorenzo
en la última vuelta de ese Gran Premio, por lo que parecía un simple
malentendido fruto de la presión del décimo título, tan ansiado. Pero en Malasia…
todos sabemos lo que sucedió en Sepang y no necesitamos volver a relatarlo. No
redundaré en quién pudo tener la culpa de todo aquello. Para unos la tendrá
Rossi, para otros Márquez. Lo más sensato es que los dos sean culpables. Nunca
sabremos por qué, pero la relación idílica terminó de la forma más fea posible.
Al principio todo fueron reproches,
tú hiciste esto, tú lo otro. Palabras feas y después el silencio. Tan doloroso.
Más de un año más tarde, en Montmeló, parece que se firmaron las paces de forma
pública. Ambos insisten en que está olvidado. Que tan solo es pasado. Pero solo
es una forma de autoengañarse. Ya nada volverá a ser como antes. Todavía duele,
porque el amor era verdadero. Qué voy a contaros, todos hemos pasado por esto
alguna vez y sino, ya os tocará. Y en esas estamos. Han pasado ya tres años y cada
vez que se acerca un Gran Premio de Argentina no puedo evitar pensar en Cupido,
en aquel Mundial y en los poetas del romanticismo. Víctor Hugo le enseñó a
Francia lo que era el amor. Murió exactamente 130 años antes de aquella carrera
pero nos había dejado un aviso: “el amor es un ardiente olvido de todo”. Ay,
Argentina.
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