No es nada nuevo que los árbitros estén en el punto de mira. Son los jueces del fútbol y cuando toman decisiones que pueden generar dudas despiertan la ira del ‘perjudicado’. Les habría ayudado mucho mejorar su comunicación con el resto, especialmente cuando son criticados, pero está completamente normalizado que no den explicaciones. Pero la situación que estamos viviendo estas últimas semanas va un paso más allá.
Este fin de semana varios entrenadores de LaLiga mostraron su desconcierto con las decisiones arbitrales, con el VAR en el centro del debate. En un mundo ideal, el equipo ‘beneficiado’ también criticaría el error del árbitro, así que diremos que las declaraciones más significativas fueron las de Quique Sánchez Flores tras un partido en el que Hernández Hernández señaló dos penaltis a favor del Getafe que le permitieron salvar un punto en su visita al Cádiz, uno de ellos en el 116′: «Estamos en esta dinámica de este tipo de penaltis y es el fútbol que tenemos. Meter la pelota en el área ya tiene premio porque pasan cosas.»
La sensación es que la disparidad de criterios en el uso del VAR y en las propias decisiones tomadas está generando una confusión que afecta a todas las partes: a los jugadores, a los entrenadores, a los aficionados… Y a los propios árbitros. No seré yo el que señale al VAR como el culpable de todos los males. No es más que una herramienta que permite revisar las acciones que el ojo humano del árbitro no puede apreciar correctamente en el césped. Una herramienta que, por lo tanto, debería hacer del fútbol un deporte más justo. Otra cosa es en lo que ha derivado su uso. Cinco años después de su implantación, el aficionado del fútbol español tiene muchos motivos para querer cargárselo.
En este punto estábamos hace un mes, antes de que se destapara el caso Negreira. A estas dudas que había sobre el nivel del arbitraje español, se añadieron otras que cuestionaban ni más ni menos que su honestidad. Así de grave es el telón de fondo que tenemos en estos momentos. Se lanzaron billetes con el escudo del Barça y se cantó «corrupción en la Federación» en San Mamés y el Sánchez-Pizjuán. Así que no, no es la clásica batalla entre azulgranas y merengues con los árbitros en medio. Es algo que implica a todo el fútbol español. Es algo que convierte un clima tenso en irrespirable.
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