No hace falta sacarse 25 niveles de entrenador para comprender que si las cosas van bien es mejor no tocar nada y que si sucede lo contrario es un buen momento para despertar. De hecho, este es un aforismo que podemos trasladar sin problemas a nuestra vida. Ocurría con los estudios, por ejemplo: aunque no quisieras cambiar ese horario laboral de doce horas jugando a la consola debía llegar tu madre, que es como el presidente de un club en el balompié, y te decía que esto no podía seguir así. Tú no querías mirar tus notas, como el aficionado del Liverpool que hoy obvia la tabla, porque la vida era y es demasiado corta como para andar todo el día ciscándote en las abyecciones que nos provocaban los profesores. Pero algo había que hacer.
A Jurgen Klopp se le ha caído el equipo entero sin poder comprender qué ocurre. Todo lo que iba demasiado bien ahora va tremendamente mal y nadie, ni siquiera el alemán, puede explicarlo con sencillez. Falta gol, faltan centrales, falta frescura física y mental y, sobre todo, sobran las vilezas del destino que se están proyectando en la vida personal de algunos componentes de la escuadra. El germano, por lo menos en el verde, trata de componer un once que vuelva a oler ese perfume que les hizo campeones de muchas cosas. Aunque, de momento, nada bueno ocurre en la parte roja del Merseyside y eso puede ser un golpetazo tremendo a este proyecto: no lo olviden, perder los ingresos que otorga la Champions League es sinónimo de drama. Busquen en el diccionario de sinónimos y antónimos.
Los reds, en su periplo más ganador, jugaban siempre a lo que ellos querían. Su maravillosa presión obligaba a los rivales a jugar los encuentros de manera distinta de lo que habían pensado y luego, cuando ya tenían el cuero, decretaban el sino del encuentro a su parecer. Klopp consiguió ser contragolpeador y dominador en distintas fases del mismo partido siendo Dr Jekyll y Mr Hyde los 365 días del año. Solo que Hyde aportaba felicidad a su afición. Además, había que sumarle la extraordinaria capacidad que tenía la delantera para marcar y la sobriedad que otorgaba Virgil Van Dijk al ataque y la defensa del sistema porque el neerlandés no solo aupaba a la zaga a la excelencia: dinamizaba todo el entramado ofensivo de los suyos.
Klopp se enfrenta hoy a un reto tremebundo. Sus mejores piezas no están, ya sea porque tuvieron que ir a la enfermería o porque batallan contra una confianza maltrecha. Por ello, quizás es momento de apartar ideas preconcebidas y cambiar el esquema o la idea por un tiempo. Jugar con cinco defensas, aunque queden pocos zagueros, puede ser una solución para que sus dos laterales se liberen de tareas defensivas. Eso provocaría que los jóvenes centrales que están teniendo que parchear esa posición puedan encontrarse un poco más protegidos con dos compañeros a su vera. Aunque, lamentablemente, esto lo dice uno que poco cambió cuando las notas eran preocupantes. Ante los “necesita mejorar” solo existía como respuesta el fútbol y la consola. Aunque a él, por suerte, su madre no le podía despedir. A Klopp, por mucho que le critiquen, tampoco le pueden tocar demasiado: fue él el que revivió una entidad marchita para devolverle la grandeza que otros le habían robado. Eso no sería lo justo. Pero algo hay que cambiar.
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