Carlos Alcaraz debutó en Wimbledon con una victoria que, más que un trámite, fue una montaña rusa emocional y tenística ante un Fabio Fognini que, a sus 38 años, se resistió a despedirse sin dejar una última gran función sobre la hierba del All England Club. El marcador final (5-7, 7-6, 5-7, 6-2, 6-1) no refleja ni por asomo el vía crucis que vivió el murciano durante casi cinco horas de partido, ni el homenaje involuntario que ambos regalaron a la Central londinense.
La contracrónica de este duelo no se escribe desde la épica del favorito, sino desde la resistencia inesperada del veterano. Fognini, que probablemente jugaba su último Wimbledon, se vació como nunca: dejó dejadas imposibles, restos ganadores y hasta una pizca de ese genio indomable que le llevó a ser top-10. Durante cuatro sets, el italiano llevó a Alcaraz al límite, obligándole a sudar cada punto, a dudar de su saque y de su tenis.
Su saque, errático, y su lenguaje corporal, más tenso de lo habitual, daban pistas de que la presión pesa incluso a los campeones. Pero en el quinto set, cuando el reloj y la grada apretaban, apareció el Alcaraz campeón: cinco juegos consecutivos, un 6-1 demoledor y la sensación de que, por fin, había descifrado el enigma Fognini.
El italiano se fue entre lágrimas y ovaciones, consciente de que había rozado la hazaña y de que, quizá, era su adiós definitivo al gran escenario. Alcaraz, por su parte, reconoció a su rival y avanzó en el torneo sabiendo que Wimbledon no regala nada y que, a veces, sobrevivir es la única gloria posible en la hierba más sagrada del tenis.