Cabeza de oro, piernas de acero, velocidad endiablada y técnica exquisita. El ecuatoriano Alberto Pedro Spencer Herrera había nacido con un talento especial para el fútbol y a lo largo de sus casi 20 años como jugador profesional lo pudo demostrar, tanto en su casa como en Uruguay, donde se convirtió en una leyenda.
El hijo predilecto de Ancón (una parroquia del cantón Santa Elena de poco más de 5500 habitantes) vino al mundo un 6 de diciembre de 1937. Su padre había llegado desde Barbados (era inglés), buscando trabajar del petróleo, la actividad principal de la zona. Allí conoció a la madre de Alberto y el resto sería historia: él se iba a convertir en el penúltimo de trece hermanos. Algunos serían jugadores, pero solo el hombre que llevaría la 10 terminaría siendo el trascendental.
Tanto era el talento que llevaba en sus botines que no tardó en dar el salto a un primer equipo, en este caso el del Everest (donde jugaba su hermano Marco), en 1955. En apenas 90 partidos lograría marcar nada menos que 101 goles, ayudando en el proceso a la selección ecuatoriana a conseguir la mejor colocación de su historia en la Copa América Extra de 1959 (un cuarto lugar, mismo que solo se repetiría en 1993), aunque bien es cierto que solo participaron en aquella oportunidad cinco selecciones. Sin embargo, aquella actuación no caería en saco roto, ya que uno de los gigantes del continente, Peñarol, se lo llevaría hasta Uruguay. Nadie lo sabía aún, pero había nacido uno de los romances más fuertes de la historia. Aunque, curiosamente, su vida pudo haber cambiado antes, ya que Palestino se había acercado con una oferta, aunque el club terminaría rechazándola. ¿Se imaginan a Spencer haciendo historia en Chile y no en Uruguay?
El periodista uruguayo Alfredo Etchandy diría lo siguiente sobre él: “Fue una figura extraordinaria que llenó una época, mostrando una capacidad impresionante para definir. Sus duelos frente a los arqueros rivales terminaban con su triunfo y la pelota iba a parar a la red. Un jugador que daba esa situación de gol reservada para unos pocos elegidos y que hacía levantar a los hinchas para cerebrar la mayor emoción del fútbol”.
Desde su llegada se convertiría en uno de los jugadores más importantes, anotando a diestra y siniestra, tanto en el Campeonato Uruguayo, donde viviría una verdadera época dorada (ganó ocho ligas en apenas doce años), como en la naciente Copa Libertadores, donde sigue siendo, a la fecha, el máximo anotador de esta con 54 dianas. El 19 de abril de 1960 se disputó el primer partido de una competición que terminaría siendo una de las más importantes a nivel global. Peñarol recibía en el Estadio Centenario al Jorge Wilstermann de Bolivia. Y Spencer dejó en claro quién era el líder: ese día se anotó un póker en el 7-1 final. En semis despacharía a San Lorenzo con dos goles suyos en un tercer partido disputado también en el Centenario -ya que el conjunto argentino aceptó recibir dinero a cambio de no jugar aquel encuentro en una sede neutral- y en el último partido anotaría en el 1-0 ante Olimpia en el duelo de ida (la revancha salió igualada en uno).
«Cabeza Mágica -tal era su apodo por su excelsa calidad a la hora de rematar con la testa- también fue el gestor de algo intangible que se percibía en el ciudadano ecuatoriano, en la prensa misma de nuestro país: nos habíamos convertido en hinchas del Peñarol; le otorgábamos un afecto especial a sus colores amarillo y negro a rayas. Spencer nos convirtió con su magia en hinchas del equipo uruguayo porque celebrábamos sus campeonatos domésticos, continentales y mundiales, conseguidos en aquella época dorada (jugó en ese equipo de 1960 a 1970)» rememoraría el periodista ecuatoriano Mario Canessa.
En 1961 repetiría el título e igualaría la gesta de la campaña anterior, anotándole al Palmeiras en el 1-0 en el Centenario, en la final de ida (la revancha saldría 1-1 como en 1960), mientras que en 1966 sería clave en una de las definiciones más increíbles de la historia de la Libertadores. Tras vencer a River 2-0 en la ida, caerían en la Argentina por 3-2 (el ecuatoriano pondría el 2-2 provisorio). El 20 de mayo, en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, comenzaría muy mal la historia, con un 2-0 en contra que auguraba una caída que podía ser catastrófica. Pero en el segundo tiempo sería clave para marcar un primer tanto que invitaba a soñar y un tercer en la prórroga para dar vuelta la serie, que terminaría con un increíble 4-2. También sería importante en las dos Intercontinentales ganadas por la escuadra manya: en 1961 ante Benfica (dos goles) y en 1966 ante el Real Madrid (tres).
Con Peñarol marcaría una época llena de gloria. Junto con nombres como los de Ladislao Mazurkiewick, Nestor Gonzalvez, Juan Joya, Pedro Rocha, Luis Cubilla, Juan Hohberg, Roberto Matosas o Juan Sasía lograría convertirse en uno de los grandes del siglo pasado, quizás en el mejor jugador ecuatoriano de todos los tiempos y en un muy recordado serial killer, goleando adonde iba y ganando todos los títulos posibles, sin tenerle miedo al club que tuviera enfrente. Finalmente, y tras 519 partidos y 326 goles (además de 14 títulos e innumerables distinciones personales) Alberto volvería a su patria para cerrar su trayectoria en el Barcelona, donde disputaría dos temporadas, ganando la liga en la primera y siendo el goleador del equipo en la Libertadores, donde ayudaría a meter a su equipo en semifinales por primera vez.
Lamentablemente, no pudo demostrar su valía compitiendo en un Mundial ante lo mejor de lo mejor. No aceptó la ciudadanía uruguaya, la cuál sin duda le hubiera dado un mayor reconocimiento a nivel global -aunque es verdad que disputó algunos encuentros amistosos con los charrúas- y se mantuvo fiel a su país, con los cuales disputaría las eliminatorias de 1962 y 1966. En esta última estuvo muy cerca de lograr la plaza, cayendo apenas por 2-1 ante Chile en un desempate que se jugó en Lima.
Tan importante fue su presencia durante los 60 que la CONMEBOL lo eligió parte del Once Ideal de la Confederación, teniendo como laderos a Alfredo Di Stéfano, Diego Armando Maradona o Pelé. Casi nada. El uruguayo Michel Maragliotti explica en pocas líneas lo que consiguió el hombre con hambre de gol: “Entre tantas marcas goza de otras como ser el primero en: convertir un hattrick, poker y re-póker (en la Libertadores). Jugó seis finales de la Copa y logró convertir en todas en las que tuvo minutos. Un verdadero goleador con todas las letras, en donde el fútbol uruguayo estaba en el pedestal más alto del mundo del balompié gracias al ‘Cabeza Mágica’”.
En el 2006 nos dejó tras tener problemas cardíacos, siendo homenajeado -como era debido- por los clubes donde pasó, ya que en todos pisó fuerte, tanto por su calidad futbolística como por su calidez como ser humano. Al final, todos entendieron que habían visto a un delantero venido de otro mundo.
Imagen de cabecera: Peñarol.
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