“Más drama que en un blockbuster.” Así lo introducía Gary Lineker en el resumen de la Premier League 11-12, vídeo recopilatorio de la temporada; tradición inglesa que se traza año tras año y que Sky Sports y BBC compiten para ver quién lo hace mejor. La música de aquella compilación, en la cadena pública, era de la película ‘The Dark Knight’, la de Batman. Y qué mejor manera de acompasar un curso que tuvo, de verdad, sin dárselas de exagerado, de todo. Un éxito de taquilla.
Porque el fútbol, como concepto, no solo es lo que ocurre en el verde. Es mucho más. Muchas veces suceden cosas que no podemos explicar: dimite el seleccionador inglés; Suárez no le da la mano a Evra, con un árbitro al lado alucinando; Fabrice Muamba cae fulminado y tiene que dejar el deporte; a John Terry le sancionan por insultos racistas y Mario Balotelli va engalanando su palmarés: un día hace cosas con el balón que casi nadie puede hacer y otro le pone sus tacos en la tibia de Alex Song. Roberto Mancini, por su parte, comandaba al Manchester City en su primera temporada completa al cargo. Y se las tenía que ver con Alex Ferguson para conseguir la primera Premier League en 44 años. Era complejo.
Todo empezó sobre ruedas para el conjunto del italiano. Las piezas compradas en verano, más los buenos mimbres que ya poseía, encajaron a las mil maravillas. Los cityzens ganaron encuentros con cierta holgura hasta darse el primer leñazo europeo. Chiellini debe seguir dándose golpes en el pecho, hablando de aquella importancia del escudo a la Champions League. No sé si eso existe, aunque siga pensando que, por ejemplo, si me pusieras a mí con el escudo del más grande, jugaría igual que con el del Videoton. Muy mal. Pero esta es otra historia. Al City había llegado el dinero, jugaba y soñaba con él, era su momento, pero su tercer puesto en los grupos le mandó a la Europa League con muchas dudas. Quizás no eran tan buenos.
Y en medio de aquella vorágine estaba Carlos Tevez, todo un granuja. La noticia no estaba en que Roy Hodgson era el nuevo seleccionador inglés, ni de broma. Las cámaras señalaban al delantero argentino que tan solo dos años después de su controvertido fichaje por el eterno rival de la ciudad y tras asegurar que “en Manchester no podés hacer nada, porque hay dos restaurants”, se negó a jugar, según algunos medios, aunque nunca se confirmara, en un duelo de Champions ante el FC Bayern. El argentino, tras la riña en Alemania, se había vuelto a su país, pero en febrero se lo pensó y se volvió. Mancini, que estaba como loco por jugadores de su calidad, miró hacia otro lado. Ven aquí, bribón.
Sin embargo, la situación solo empeoraba. Una derrota en la jornada 32, ante el Arsenal, con un golazo de Mikel Arteta, dejó a los de Mancini a ocho puntos de su eterno rival. Los red devils cayeron en la siguiente jornada en el campo del Wigan y perdieron comba, con Mancini asegurando que la Premier, a pesar de aquel bombazo, “se había acabado”. Se había acabado. Se había acabado. Lo repito y no lo creo. Me río de hecho. El propio entrenador del City, a partido y medio y con un enfrentamiento directo que tenían que disputar, a falta de 5 jornadas, la tiraba. No se lo creía ni él. Pero sirvió para desestabilizar a sus rivales. El Everton empató 4-4 en Old Trafford, en otro encuentro para el recuerdo, y le dio la oportunidad al Manchester City de volver al liderato. Vincent Kompany, siempre Kompany, decidió el derbi con un cabezazo. El City recuperaba la primera plaza in extremis.
La liga parecía ganada, sobre todo después del triunfo en St James’ Park, el partido más complicado de los que quedaban. En la última jornada tenían que ganar a un QPR que se jugaba la salvación. Qué fácil. Pablo Zabaleta adelantó a los locales, pero entonces los nervios hicieron acto de presencia. Pero esta vez no llegaron con la calma, con educación. Entraron a puñetazos y con muy malas pulgas, traducidos en la defensa de los anfitriones. Joleon Lescott, el ejemplo de esa histeria, peinó mal el cuero y se lo entregó a Djibril Cissé que perforó a Joe Hart. Los londinenses con 10 se envalentonaron y le sirvieron el cuero a Jamie Mackie dentro del área de castigo, un currante, un buscavidas, para detonar el Etihad. 1-2. El City necesitaba tres puntos. Y ellos estaban en la lona. Además, el Manchester United estaba ganando en Sunderland.
Pero hay momentos, otra vez, en los que pasan cosas que no, que no puede ser. Ferguson congregó a los suyos, esperando noticias definitivas de Manchester tras ganar su partido. Edin Dzeko, ya en el descuento, acababa de igualar la contienda, con un remate de cabeza servido desde la esquina. No había tiempo, se debían decir. Mientras aplaudían, Sergio Agüero recogió la pelota en la frontal como el que agarra a un bebé recién nacido. Hay gente que dice que cantar himnos, insultar, pegar y gritar es actitud. Venga ya. Nada más lejos de la realidad. Actitud es agarrar ese balón, como el bien más preciado, regatear a dos y ponerla al palo corto, cuando todos están escondidos y temblando. Ese es el gol de Agüero, por muchos que haya marcado. Pones Agüero goal en Youtube y sale ese. Es normal. Habían ganado la Premier League sobre la bocina. De manera más épica que las cosas que hacía Batman incluso. Y eso es difícil.
Martorell (Barcelona), 1996. Periodista freelance. Amante del fútbol y loco por la Premier League. En mis ratos libres intento practicarlo.
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