Xavi se queda. El hámster dando vueltas en la misma rueda, sin nadie que la detenga. Lo de decidir marcharse, afirmando con su rotundo argumento que ser entrenador del Barça no compensa, ha sido un capítulo sucinto. Sabemos que las decisiones y las opiniones son variables, porque vivimos en una constante contradicción. Y el de Terrassa ha ido transformando su discurso para concluir con otro muy distinto. Sin embargo, una institución como el FC Barcelona crea demasiadas dudas, todavía más, alterando el que se supone que iba a ser el futuro de su banquillo. Las llaves las seguirá guardando Xavi en su bolsillo y aquí no ha pasado nada.
“Las segundas partes nunca fueron buenas”. Lo llevamos escuchando toda la vida. Lo jodido de volver es que siempre hay posibilidad de acabar peor. A ver quién suaviza eso entonces. Tras una ruptura, más mediática que real, Xavi y el Barça vuelven a estrechar sus lazos con su continuidad para finalizar lo que firmaron en su día y lo hacen con la toxicidad que produce que alguien se haya atrevido a pronunciar que no quería seguir con esta relación. Rectificar es de sabios, las palabras se las lleva el viento y del dicho al hecho hay un gran trecho. Todo tiene cabida en esta historia.
La llegada de Xavi como catalizador del cambio fue como entregar botes de vitaminas para aumentar las defensas, reducir la fatiga y recuperar la ilusión. Un packaging atractivo. Sin embargo, la estrategia está envenenada. Si no sale bien, se rompe en mil pedazos un recuerdo que podría haber sido eterno. Y es imposible recomponerlo; hay demasiados trozos diminutos repartidos por el suelo. A Xavi ya no se le mira con los mismos ojos. Si echas las leyendas a los leones, puede que se las acaben comiendo. Ojalá nos equivoquemos y termine saliendo vivo de este coliseo. Le hemos hecho daño y nos lo hemos hecho a nosotros mismos, porque saber decir adiós en el momento adecuado sigue siendo una tarea pendiente.
