Alejandro CENTELLAS – Xabi Alonso miró al cielo con un grito ahogado después de ver la amarilla que envió al contenedor su pase a Lisboa. El lamento fue compartido, no se quedó en la serena mente del tolosarra: el Madrid comprendió que perdía una pieza clave para la final; también, que los sueños nunca son redondos. Por aquel entonces el Madrid ganaba por tres goles (sí, leen bien) al Bayern de Munich. Eso, dentro de una semifinal de enjundia en todo un Allianz Arena, era una quimera que se acurrucaba bajo el brazo de los más idealistas y soñadores. Solo un defensa con alma de delantero y un delantero con alma de héroe podían convertir una hazaña en un juego de niños. Ser un líder es un extra en la personalidad que no es exigible: quien lo posee se desmarca del resto, quien no lo posee simplemente está entre el resto de los mortales. Y los líderes no tiran la manguera entre árboles ardiendo.
Antes de todo el torbellino de emociones, de incredulidades y ojos redondos como platos, el partido transcurrió por lo derroteros que cada actor debía cumplir. Un Bayern ultra ofensivo se plantó en el campo del Madrid en busca del fallo rival. En la primera jugada del partido Sergio Ramos no admitió excusas y mandó un balón en largo para sofocar la presión: un imberbe central recordó el día en el que Roberto Carlos perdió aquel balón, en los primeros segundos de partido, que sirvió a Makaay para destrozar el sueño madridista en Champions. No había que jugar con el destino ni con las meigas alemanas. Acto seguido vimos el anticipo de la tónica general de la primera parte, los elefantes corriendo despavoridos anunciando el terremoto: una contra casi idéntica a la del gol del Bernabéu que acabó en las manos de Neuer. Lo que sucedió después no se contemplaba ni en las casas de apuestas más osadas.
Con la alta presión del equipo alemán y el movimiento de balón entre Ribery, Robben, Muller y Kroos el Madrid entendió que tocaba sufrir y que se haría eterno. Entonces ocurrió lo ya comentado. Sergio Ramos se aprovechó de dos balones parados para sentenciar prácticamente la eliminatoria y dedicar sus goles a dos seres queridos. Hubo una mezcla de alegría, emoción y venganza por historias pasadas, unas manos fantasmas y unas ilusiones truncadas. Poco tiempo después llegó el sello de calidad del equipo blanco, de lo que tanto se ha enorgullecido y tanto rédito le ha dado: la contra. Cristianó finalizó un envío de Bale, que activó la locomotora después de una fugaz secuencia de pases. Primera parte, tres goles de ventaja en el Allianz Arena. El Bayern necesitaba cinco para ganar y un milagro para recordar épocas pasadas.
Ni el cronista que suscribe estas líneas pudo imaginar que el segundo tiempo serviría al Madrid para defender una renta tan amplia. Y menos se podía imaginar que el Madrid, con tantas dudas en defensa en los partidos importantes y ese desvanecimiento moral que ha acostumbrado en encuentros de tronío, era capaz de mostrar una solidez defensiva tan apabullante. Todos, absolutamente todos, contribuyeron a la causa. Incluso los menos dados a tareas embarradas como Bale o Cristiano se remangaron las mangas para ayudar a sus compañeros. Fue un recital de solidaridad y sacrificio común por un objetivo. A partir de hoy, nadie podrá rechistar a jugadores como Carvajal o Coentrao: excelsos defensas reconstruidos sobre sí mismos. Capítulo aparte estuvo en la banda: mientras Ancelotti salía al ruedo, Guardiola se resguardaba en la tranquilidad del banquillo techado. Ahí también estuvo la eliminatoria, en la lectura magistral de un italiano y en el naufragio de un paisano.
El Bayern rezó porque el tiempo y la ignominia pasasen cuanto antes. No sabían cómo resguardarse de un temporal que nadie creyó posible, ni el verdugo ni la víctima. Con la entrada de Götze y con alguna jugada aislada el Bayern consiguió aumentar la estadística. Pero poco más. Todo atisbo de resurrección era solo eso, un soplo de lucidez enquistada en una locura permanente. El estilo de Guardiola se sostuvo como pudo, fiel a una idea oxidada que se resquebraja cuando el planteamiento antagonista es tan superior. Al final, como constatación de que la ambición no tiene límites, Cristiano hizo el cuarto de falta directa, por debajo de la barrera, gol de pillo. La cuestión es que todos los jugadores del Madrid hoy fueron pillos y los del Bayern inocentes caricaturas de un equipo glorioso. Xabi Alonso miró al cielo, degustando el placer de una eliminatoria perfecta, consciente de que Lisboa será para sus compañeros. Ahí estará el Madrid después de 12 años en busca de la ansiada oportunidad para la conquista de su décima Liga de Campeones. El esfuerzo, la solidaridad y el compañerismo tienen estas cosas.
Periodismo en la UCM por vocación, pasión y convicción. Me dejan escribir en @MadridSportsEs y @SpheraSports. Librópata y curioso por defecto.
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